Dos amigos nunca deberían besarse... ¿O sí? ¿Eres de las que piensan que no pasa nada o de las que opinan todo lo contrario?
¿Has besado alguna vez a tu mejor amigo? Y cuando digo «besar» no me refiero a un piquito de nada, sino a un beso en condiciones, de esos que crean fuegos artificiales sobre tu cabeza, convierten tus huesos en plastilina e incendian tu piel. Si aún no lo has hecho, no lo hagas; te aseguro que no es una buena idea, a no ser, claro está, que queráis cambiar de nivel, ya sabes, pasar de una gran amistad a algo más intenso.
Me llamo Noe, vivo en Brooklyn, Nueva York, y comparto rellano con el que era mi mejor amigo, y digo «era» porque no sé si sigue siéndolo. Nos besamos, sí, y ahora nos estamos evitando a toda costa porque está claro que ninguno de los dos queremos cambiar de nivel, que no sabemos cómo mirarnos y que no tenemos ni idea de qué decirnos después del tremendo beso que nos dimos.
Si esto fuera un libro, supongo que este sería un buen comienzo, pero se trata de mi vida: es lo que siento, lo que callo y lo que guardo, que es mucho, y no comienza con este beso, sino mucho antes.
Hubo una edad en que «hicimos todo lo que ha - bía que hacer», pero, de pronto, los años se agolparon —no sabemos exactamente cuándo— y una retahíla de vocablos —«ausencia», «desamor», «lejanía»— nos dejó solos con las preguntas: «¿adónde van los días que pasan?» «¿Cuál será el porvenir de mi pasado?».
En un mundo saturado de discursos, donde los límites de lo virtual no son precisos, cunde la sensación de que la realidad se nos escapa, nos falta, y los días parecen discurrir en el seno de su carencia: el deseo de realidad es energía que aspira a poner la vida en tensión. Este volumen, Deseo de realidad, que reúne la obra poética de Miguel Casado desde 1986, recoge un proceso guiado por ese impulso, y también por un sentimiento de la lengua que trata de alcanzar —en un ver que es a la vez un pensar—lo concreto, lo particular, lo que está ahí. Los poemas de Miguel Casado fluyen como una conversación solitaria, persiguiendo en ese trance un sentido nuevo tan personal como político, un núcleo existencial. La palabra directa, las formas abiertas, el verso libre y el diverso montaje de cada uno de los libros (de la secuencia narrativa a la exploración del azar, del monólogo digresivo al mosaico sin estructura) componen, siempre en movimiento, una voz poética singular. Trazada con lentitud, al ritmo de su lógica interna, la poesía de Miguel Casado ofrece un mundo inconfundible, de una escritura firme y sin concesiones.
Deseo de ser árbol es un poemario valiente, honesto, que arroja la luz sobre los conflictos con la familia, el amor y el deseo.
Ángelo Néstore, fiel a su poética, nos ofrece un acercamiento al deseo y su potencialidad que se materializa en la infancia y el entorno familiar, escenarios en los que se forja ese impulso y se limita su poder. Desde ese lugar nos sitúa ante un conflicto que nos libera y nos plantea otras formas de imaginar, de disfrutar y de amar orientadas hacia lo colectivo, lo orgánico y lo animal con el fin de proponer comunidades de afecto en las que otras formas de goce y placer sean posibles.
En medio de un indeterminado paisaje mediterráneo, un soldado exhausto y cubierto de suciedad huye de la violencia de la guerra, pero su plan de cruzar la frontera se tuerce cuando se encuentra con una mujer que también intenta escapar de la barbarie.
El 11 de septiembre de 2001, a bordo de un barco fluvial en las afueras de Berlín, el atentado contra las torres del World Trade Center interrumpe unas jornadas para rendir homenaje a Paul Heudeber, un brillante matemático de la RDA que, a pesar del fracaso de la utopía comunista, permaneció fiel al lado oriental del muro hasta su muerte. Casi veinte años después, y con la guerra de Ucrania de trasfondo, la hija de Heudeber evoca ese día y la trágica vida de Paul y de su madre, una figura ausente y contradictoria.
En 1909, miles de «guerreros del desierto» y sus familias, pertenecientes a diversas tribus del noroeste de África, confluyen en Sagia el-Hamra y, guiados por el cheij Ma el-Ainin, inician una ardua marcha que tal vez les lleve a enfrentarse al ejército francés. Varias décadas después, esa terrible y hermosa historia ha caído casi en el olvido para todos, incluso para Lalla, una niña descendiente de los «hombres azules» del Sahara, que vive con la familia de su tía Aamma en los suburbios de una gran ciudad a orillas del Mediterráneo. Pese al sol y el viento implacables, Lalla ama las dunas, el silencio y, sobre todo, la libertad. Es feliz escuchando las leyendas que le cuentan su tía y el anciano pescador Namán, y recorriendo pedregales junto al joven pastor Hartani, con quien descubre el amor. Pero debe despedirse de ese mundo y embarcar hacia Marsella, donde tiene que buscarse la vida entre miles de emigrantes; un fotógrafo, tras descubrir su rara belleza, le brindará la oportunidad de mejorar su situación. Sin embargo, hija del desierto, Lalla querrá regresar a la tierra de la que partió, a sus verdaderos orígenes.
Los sentimientos de odio y rencor de Doña Lena, esposa de don Erasmo Mira Brossa, abogado y presidente del Partido Nacional hondureño, y madre de una única hija, Teti, son tan poderosos como el fuego: si se alimenta acaba consumiéndolo todo hasta el desmoronamiento. Pero el fuerte temperamento de Doña Lena no podrá impedir que Teti se case con Clemente, un salvadoreño divorciado, veinte años mayor que ella y con el estigma de comunista. Los lazos rotos de la familia Mira Brossa ya son irreparables, y Teti, Clemente y el hijo de ambos, Eri, se ven forzados a irse de Honduras para instalarse en El Salvador.
Corre el año 1969 y la guerra entre Honduras y El Salvador amenaza con dinamitar los frágiles cimientos de la relación de doña Lena con su hija, quien, a pesar de las amenazas de su contrariada y atormentada madre, se niega a regresar a su país, ni siquiera tras la trágica y misteriosa muerte de su marido.
El carácter volcánico de la matriarca es el denominador común de la historia de esta familia hondureña, narrada con el habitual despliegue de estilo marca del autor, y un tono afilado, ácido, que sumerge al lector en la corriente de sentimientos encontrados en la que se debaten los protagonistas de esta novela.
El rastro de un joven español se esfuma por el sur de Inglaterra tras dejar un mensaje de socorro en el telefono móvil de su madre. Ella, que apenas ha abandonado su pequeño pueblo en contadas ocasiones, decide ir en su busca. Hace un año, su marido desapareció en las tranquilas aguas de la Albufera y no está dispuesta a vivir de nuevo una angustia como aquella.
La Guardia Civil encontró la barca de Antonio abandonada a la deriva, con manchas de sangre sobre sus tablas. Amparo está convencida de que murió, pero las malas lenguas que recorren el pueblo rumorean otras cosas. Una vez en Inglaterra, Amparo descubre que su marido puede continuar con vida, ser el causante de la muerte de una mujer y estar involucrado en una sórdida trama repleta de intrigas.
Jamie Conklin, el único hijo de una madre soltera, solo quiere tener una infancia normal. Sin embargo, nació con una habilidad sobrenatural que su madre le insta a mantener en secreto y que le permite ver aquello que nadie puede y enterarse de lo que el resto del mundo ignora. Cuando una inspectora del Departamento de Policía de Nueva York le obliga a evitar el último atentado de un asesino que amenaza con seguir atacando incluso desde la tumba, Jamie no tardará en descubrir que el precio que debe pagar por su poder tal vez es demasiado alto.
Después es Stephen King en estado puro, una novela inquietante y emotiva sobre la inocencia perdida y las pruebas que hay que superar para diferenciar el bien del mal. Deudora del gran clásico del autor It (Eso), Después es un relato poderoso, terrorífico e inolvidable sobre la necesidad de plantarle cara a la maldad en todas sus formas.