Estampas poéticas, estampas venecianas, estas reflexiones acerca de la ciudad abren brechas en la memoria del escritor, que entrelaza recuerdos personales con hechos acaecidos en esta ciudad de agua, agua que, como él mismo dice, «la golpea y la rompe en pedazos, aunque al final la recoja y la lleve consigo hasta depositarla, intacta, en el Adriático». Esa percepción y ese contrapunto entre imágenes y pensamientos se asociarán para siempre en la mente del lector con el nombre de Venecia.
En Japón se oculta un lugar legendario. Muchos van en su busca, pues creen que allí pueden encontrar las respuestas que necesitan. Tan solo hay que dejarse llevar por el intenso aroma del café, cruzar la puerta del local, sentarse y pedir una taza.
Antes de que su bebida se enfríe, los clientes podrán revivir el pasado y revisitar aquel momento en el que tomaron una decisión que les atormenta, en el que callaron cuando querían decir la verdad, en el que se equivocaron.
Entre ellos están el profesor Kadokura, que ha descuidado a su familia por el trabajo; Sunao y Mutsuo, afligidos por haber tenido que despedirse de su querido perro; Hikari, arrepentida por no haber aceptado la propuesta de matrimonio de su novio Yoji; y, por último, Michiko, que ha regresado al sitio donde vio a su padre por última vez.
Si demuestran ser lo bastante valientes como para mirar al pasado, podrán verlo bajo una luz diferente y vivir el presente con serenidad. ¿Serán capaces de aprovechar la oportunidad?
Gustavo Adolfo Bécquer, hijo de un pintor sevillano de origen flamenco, nació en Sevilla en 1836. Huérfano desde niño, estudió pintura hasta que se trasladó a Madrid a los dieciocho años. Periodista, escritor de relatos y sobre todo poeta romántico, publicó gran parte de su obra en el diario El Contemporáneo. En 1858 conoce a Julia Espín, su gran amor no correspondido, y comienza a publicar «Leyendas», una serie de narraciones de inspiración popular, que le depararían fama universal. La vida de Bécquer se vio acosada siempre por penurias económicas hasta que obtuvo un empleo público como censor de novelas. Enfermo de tuberculosis, murió en Madrid a los treinta y cuatro años. Aunque muchos estudiosos niegan la existencia del género gótico en nuestro país, eclipsado por una omnipresente corriente principal más apegada al realismo y el costumbrismo, otros críticos reivindican una ficción gótica «a la española» que habría influido en autores como Espronceda o Bécquer.