«Controla tus pensamientos». «El dolor es temporal». «La felicidad depende de ti». ¿Te suenan? En los últimos años, la gente se ha tirado en plancha sobre las enseñanzas de los grandes pensadores del estoicismo. Pero ¿seguro que Marco Aurelio es oro puro para el arte de vivir?
Decidido a arrojar una perspectiva más rebelde, sin paños calientes, Victor Amat reinventa las Meditaciones en clave punk con su propio libro de aforismos al estilo de los antiguos. Y lo hace a través de un compendio de pensamientos y reflexiones para aprender a apañar nuestras mierdas en el día a día, lejos de la moda del estoicismo y el pensamiento positivo.
Un ardiente romance en el mundo de la mafia sobre dos personas unidas por una deuda que debe ser cobrada cueste lo que cueste. Hace cinco años mi prometido desapareció. Me dejó plantada con un vestido de novia que nunca usé y el tipo de cicatrices que no se pueden curar. El hombre con el que quería construir un futuro se evaporó como un fantasma. Lo único que me dejó fue el corazón roto y un millón de preguntas sin respuesta. Hasta que un misterioso desconocido llega a la ciudad. Alto, moreno, peligroso y sexy, Kage está lleno de secretos. Aunque sé que oculta algo, me atrae como las llamas a una polilla. La tensión sexual vibra entre nosotros con cada mirada, un deseo tan desbordante de pasión que me veo incapaz de resistirme a él. Pero entonces descubro que lo han enviado a cobrar una deuda pendiente de mi prometido desaparecido… Y esa deuda soy yo.
También yo quería entrar en el mundo real, y por un momento lo logré. Los dos caballos salvajes que estaban frente al Chevrolet Avalanche se pusieron a girar como en un carrusel, y con ellos el de Cornelie, el caballo negro de Franquito y otros caballos que formaban parte de mi pasado. Pensé -solo por un momento, ya lo he dicho- que aquella era la imagen de mi vida, y que me sería fácil poner junto a los caballos, o en su lugar, criaturas humanas: la mujer que leía Reader's Digest, el hombre que en el hospital se sentía enjaulado como un mono, José Francisco, Didi, Adrián, L., yo mismo, Ángela, Izaskun, Sara... Una vuelta, dos vueltas, tres, cuatro, y así hasta que el carrusel se parase. Pero ¿dónde estaba el centro? ¿Dónde el eje en torno al cual giraba todo?»