Tras el sangriento torneo Kejari, la vida de Oraya ha quedado reducida a cenizas. Prisionera en su propio reino, llora la muerte del único familiar que ha conocido y se aferra a una sola certeza: no puede confiar en nadie, y menos en Raihn, después de su cruel traición.
La Casa de la Noche está rodeada de enemigos. Los nobles no están dispuestos a aceptar a Raihn como rey, un vampiro convertido y antiguo esclavo. Y la Casa de la Sangre ha clavado sus garras en el reino, amenazando con desangrarlo desde dentro. Cuando Raihn le ofrece una alianza, Oraya se da cuenta de que es su única opción para hacerse con el trono y vengarse del que una vez creyó su aliado. Para lograrlo, tendrá que invocar un poder ancestral ligado al mayor secreto de su padre.
El 25 de enero de 1963, a las 15.30 horas, François Besson es sorprendido por una visión que acaba cobrando un valor simbólico: en el momento en el que se alza hacia el cielo el aullido de una sirena, una chica joven aparece montada sobre una motocicleta y desaparece cuando cesa el ruido. Este instante provoca en el narrador una sacudida interior: «Desde este día, todo se ha podrido. Yo, François Besson, veo la muerte en todas partes.» Durante los siguientes trece días, François Besson siente cómo el vacío va creciendo en él. El primer día, escucha las confidencias de una amiga, grabadas en una cinta, en las que narra qué esperaba de la vida, su cansancio y sus razones para acabar con todo. A partir de entonces, Besson empieza un peregrinaje por las calles de una gran ciudad, mientras intenta escapar de su agonía.
En medio de la bulliciosa y, al mismo tiempo, mediocre cotidianidad, tal vez sólo los niños sean capaces de apreciar la belleza del universo. Desde esa mirada inocente e infantil, Le Clézio relata ocho historias llenas de sensibilidad y melancolía sobre la búsqueda de la verdadera libertad, en las que los protagonistas, enfrentándose a la alienación agresiva de la civilización contemporánea y del mundo adulto, parten a la aventura para alcanzar sus sueños. Así, Mondo, un niño-poeta, bohemio y huérfano, pasea por la orilla del mar o por las calles atestadas, rodeado de amigos y seres marginales capaces de comprenderle, de enseñarle cosas nuevas: sus ojos asombrados embellecen la percepción que los demás tienen de la realidad. Y como él, Lullaby, la niña que una mañana decide no volver al colegio para disfrutar del mar; Jon, que escala el Reydarbarmur, la montaña del dios viviente desde la que pueden tocarse las nubes; o Pequeña Cruz, que mira el cielo mientras se pregunta qué es el azul.