Pero, ¿cómo llega un escritor realista como Turguénev a escribir relatos de terror? Apoyándose en la realidad: desafiará la naturaleza siempre y cuando no solo lo escrito resulte verosímil, sino cuando reflejen esos temas sociales que siempre han dominado su obra. Klara Mílich y otros relatos de terror de Turguénev no es una mera selección cuentos escalofriantes que recurren al horror con el objetivo de asustar. Turguénev emplea el terror para hablarnos de una forma más poética, más simbólica, de los problemas sociales que siempre desataron su pluma. A través de ellos nos plantea las cuestiones que siempre han interesado y afectado a la humanidad.
El ser humano es el ser vivo cuya existencia va acompañada de una gran capacidad para "hacerse ser", para manifestarse en los papeles sobreañadidos. A fin de sostener estos papeles, tanto en la vida como sobre el escenario, recurrió al maquillaje o a las máscaras, que proporcionan simulación y disimulo y producen una mímica eficaz. Las máscaras fueron en ocasiones portadoras de soberanía, y en otras, de infamia o de ridículo. Para sujetos con la obligación de dar la cara fueron figuras de auxilio. Las máscaras permitieron que la ocultación y la manifestación actuaran en concierto. Esta recopilación de estudios contiene las páginas recientes sobre "Los poderes de la máscara", que figuraron en el catálogo de la exposición Máscaras, mascaradas, mascarones, celebrada en el museo del Louvre en 2014.
Blanca Varela (Lima, 1926-2009) es una de las voces poéticas más destacadas de América Latina. Ha publicado Ese puerto existe (1959), Luz de día (1963), Valses y otras falsas confesiones (1972), Canto villano (1978), Ejercicios materiales (1993), El libro de barro (1993), Concierto animal (1999) y El falso teclado (2001), todos ellos incluidos en este volumen junto con una serie de poemas dispersos. Por su obra obtuvo el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca (2006) y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2007). «Blanca Varela es una poeta que no se complace en sus hallazgos ni se embriaga con su canto. Con el instinto del verdadero poeta, sabe callarse a tiempo. Su poesía no explica ni razona.
Este libro fundamental del movimiento contracultural beates una trinchera construida por poemas irreverentes, psicodélicos y libertarios que refleja, sin censura, el desencanto de la política y sociedad norteamericanas.
Este libro nació de la firme intención de escribir esos poemas que el poeta Antonio Muñoz Quintana, amigo íntimo de la autora, se había dejado en el tintero antes de su prematura muerte, el 24 de octubre de 2014. Al principio, Isabel Bono solo consiguió escribir uno, el que da título al libro, y necesitó algún tiempo más para dar forma a los demás, que llegaron a través del hallazgo y la intuición.
No estamos ante un libro triste ―tampoco celebratorio―: Bono nos entrega unos versos escritos desde la serenidad, desde esa humildad que nos permite admitir con sosiego que somos mortales, desde ese devenir de los días vacíos. Nacer es una oportunidad, morir un deber. Hay que dejar espacio a otros por mucho que nos duela. A veces el dolor acompaña, dice Bono. Y se diría que en esta vida apresurada nadie nos ha enseñado a poner el freno a tiempo. No hay prisa para vivir, no hay prisa para morir, no hay prisa para publicar. Desde 2014, estos poemas han estado reposando, esperando su momento. Y ahora parece que diez años ya son suficientes.
Una poesía de subrayada modernidad que se reencuentra con sus fuentes, una escritura casi abstracta que se vuelve materia pura en nuestras manos, ante nuestros ojos.