Un juego de simetrías, de búsquedas que se solapan y de secretos de familia que son -al mismo tiempo- los de todo un país.
Trece años atrás, Patricio Pron decidió contar por fin una historia que había intentado olvidar por todos los medios: la de cómo la enfermedad de su padre lo obligó a regresar a su ciudad natal –un osario, en su expresión– y de qué manera ese retorno lo confrontó no sólo con un lugar que en nada se asemejaba al que había dejado, sino también con el pasado trágico de su país y de su familia. ¿Por qué había querido desterrarlo de su memoria? ¿De qué huía? ¿No era precisamente esa huida la que lo había convertido en escritor?
A partir de conversaciones en los pasillos del hospital, de fotografías familiares y de la investigación de un asesinato realizada por su padre; de filmes, artículos de prensa, sueños y recuerdos involuntarios de una intensidad devastadora, Pron reunió las piezas de un puzle en el que sus padres y él ocupaban los extremos de una historia de agitación política, violencia estatal, desapariciones y deudas. De ellas surgió un relato sobre la memoria, la verdad, la compasión y la justicia que resuena poderosamente en tiempos como los nuestros, de negación y olvido.
Durante su adolescencia en Omaha, Shiloh solo podía pensar en huir. Al menos tenía a Cary. Cary, que la aguantaba. Cary, que la hacía reír. Cary, que a los dieciséis años parecía un bicho palo y ya conducía el coche hecho polvo de su madre. Él lo tenía todavía peor que Shiloh. Solo su amistad hizo que acabara el instituto, y cuando Shiloh se fue a la universidad, Cary se alistó en la Marina.
Eso fue hace una eternidad. Ahora Shiloh tiene treinta y tres y se siente igual de atrapada. Ha vuelto a vivir en la casa en la que creció. Trabaja en un teatro, pero no sobre el escenario, como había soñado. Y está divorciada y criando sola a sus hijos, exactamente igual que su madre (aunque sin su carrusel interminable de novios).
Cuando Mikey, el único amigo del instituto con el que todavía habla, la invita a su boda, lo último que le apetece es ponerse al día con su antiguo grupo. Pero se compra un vestido, se maquilla un poco y se pone una chaqueta vaquera porque todo en lo que puede pensar es en si Cary estará allí. ¿Querrá hablar con ella? ¿Después de todo lo que pasó?
La respuesta es sí. Y sí. Y sí.
El rostro que lanzó mil naves al mar,
la belleza más feroz del Olimpo.
Aquiles es consciente de que en Olimpo o tienes el poder de gobernar o la obligación de obedecer. Él, que ha nacido sin nada, lo sabe bien y es por eso que cuando era niño juró que se abriría camino hasta el círculo íntimo de este nido de víboras llamado Olimpo. Ahora la oportunidad se presenta y Aquiles y Patroclo, su pareja, competirán en un torneo para conseguir el poder de la ciudad y la mano de Helena.
Helena tiene una única opción para no ser un simple premio: entrar en el torneo e intentar ganar su propia mano en matrimonio. Por desgracia, hay quienes prefieren verla muerta antes que gobernando la ciudad. Las únicas personas en las que puede confiar son Aquiles y Patroclo.
¿Podrá Helena realmente fiarse de sus intenciones cuando los tres sienten una atracción irrefrenable?
En 1917, Yeats (1865-1939) compró una fortaleza normanda a pocos kilómetros de Galway. La convirtió en su residencia de verano e hizo de ella un símbolo, un monumento del alma a su propio esplendor al que le dedicó La torre (1928), el primer libro de poemas que escribió tras recibir el Premio Nobel en 1923. La torre es un otero desde el que contemplar, reflexionar y cantar con ironía y lucidez sobre un paisaje que es a la vez simbólico y real, interior y exterior, y, sobre todo, donde el pasado tiene el mismo peso que el futuro y donde el presente llegaba a llamar con la culata de un fusil a la misma puerta de la fortaleza: tras el estallido de la Primera Guerra Mundial se produjeron el Alzamiento de Pascua y la guerra civil irlandesa que daría lugar al Estado Libre de Irlanda, del que el poeta llegó a ser senador.
¿Cómo sabemos que la Tierra es redonda? ¿Cómo se ha desmontado el terraplanismo a lo largo de los siglos?
Para convencernos de que la Tierra es redonda -aunque todavía hay quien lo duda-, los científicos de todas las épocas han tenido que poner a prueba su ingenio: desde Eratóstenes, que en el siglo III a. C. calculó con una exactitud sorprendente el diámetro y circunferencia de la Tierra midiendo sombras de obeliscos y, quizá, estimando lo que tardaría un camello en ir de Siena a Alejandría, a las primeras fotografías de la Tierra vista desde la Luna que tomó la tripulación del Apolo 8 y conmocionaron al mundo. Esta es la historia de una aventura científica de más de 2.000 años plagada de errores, grandes logros y algunos golpes de suerte.
Si te cuesta ver los cambios que deseas en la vida por mucho que te esfuerces en manifestarlos, puede que haya llegado el momento de dejar esa estresante carga y probar algo nuevo. Hay una forma más fácil de generar cambios positivos, y esta empieza por dejar de intentar hacerlo en solitario. En lugar de eso, puedes pedir ayuda al universo y encargarle que te guíe.