Oxford, 1583. La ciudad universitaria es un hervidero de secretos, enigmas y conspiraciones que Giordano Bruno, antiguo monje, poeta, científico y filósofo célebre, debe sortear.
Oficialmente, Bruno está en Oxford para participar en un debate sobre la teoría copernicana del universo; extraoficialmente, está a las órdenes de sir Francis Walsingham para investigar un complot contra la reina Isabel. Pero cuando una serie de horribles asesinatos asola la comunidad de estudiantes y profesores, solo una mente como la suya puede atrapar al asesino. Pronto queda claro que nadie es quien dice ser y que el propio trono de los Tudor está en juego.
El impacto que las ruinas monumentales de la antigua Roma tienen hoy sobre el visitante no pude ser sino pálido reflejo de lo que sintieron aquellos que las conocieron en su esplendor. ¿Cómo no sentirse deslumbrado, apabullado, insignificante, ante el Coliseo? ¿Cómo no sentirse parte de algo enorme, todopoderoso y eterno, de un imperium sine fine, al visitar los templos del Capitolio o pasar bajo un arco que celebraba victorias conseguidas donde acababa el mundo? ¿Cómo no pensar que el emperador era casi un dios cuando el sol sacaba destellos al coloso de Nerón o cuando disfrutabas de la munificencia de Caracalla en unas suntuosas termas? En Roma, como también actualmente, la arquitectura y el ordenamiento urbano no son inocentes, y este libro muestra el impacto que los edificios y programas edilicios tuvieron sobre la conciencia pública de los romanos, sobre su propia imagen y percepción, y sobre las relaciones entre emperador y súbditos.
Se dice que cuando John F. Kennedy hizo su famosa declaración en la radio, («no preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino más bien qué puedes hacer tú por el país»), Patricia Highsmith se levantó, fue a la cocina y dio de comer a los gatos. Estos animales, que desde siempre han fascinado a hombres y mujeres de letras —la lista es inagotable, pero baste nombrar a Baudelaire, Poe, Colette, Borges, Huxley, Cortázar, Hemingway y Doris Lessing—, fueron fi eles compañeros de Highsmith a lo largo de su vida. Llegó a tener seis, que dormían en su cama, se sentaban en su escritorio y fueron objeto de su obra literaria y artística de manera sostenida.
La publicación de esta obra, en 1985, convirtió a Enrique Vila-Matas en un autor de culto. La insólita historia de la sociedad secreta de los shandys, la más alegre, singular y chifl ada que jamás existió, y de la que formaron parte fi - guras como Duchamp, Walter Benjamin, Blaise Cendrars y Aleister Crowley, sin olvidar a Georgia O?Keefe y a Rita Malú, era un artefacto narrativo inusitado en las letras hispánicas. Su autor, que manejaba con igual descaro una documentación sólida y cosmopolita y la fantasía más excéntrica, levantó una cartografía erudita y descacharrante inspirada las vanguardias históricas de comienzos del siglo XX, toda vez que lanzaba un manifi esto a favor de la levedad, un auténtico programa estético y moral. A casi cuarenta años de su aparición, y en el vigésimo aniversario de Libros del Zorro Rojo, publicamos a modo de homenaje esta versión ilustrada por Julio César Pérez, Amarillo Indio, sin duda uno de los artistas más portátiles de su generación.
La historia de la brujería puede explicarse a través de la selección de un centenar de elementos y seres estrechamente vinculados con esa práctica milenaria: calderos, velas, árboles, cartas y animales que conforman una colección singular, como si de un museo o un cuarto de las maravillas se tratase. La historiadora Diane Purkiss acompaña esta serie de artefactos y símbolos de hechicería de una explicación detallada sobre el origen, el signifi cado y el empleo de cada elemento en la dimensión de lo oculto. Cada entrada, una por capítulo, ofrece además una ilustración del artista Ben Jones. El recorrido por este museo en formato de libro propicia la refl exión sobre el poder mágico de la cocina del mismo modo que elabora una historia de los amuletos e informa sobre otras tantas cuestiones. He aquí un ameno ensayo ilustrado sobre la sabiduría de esas mujeres a las que llamamos brujas y sobre un poder, el femenino, reprimido a lo largo de la historia, entre otros motivos, por asociarse a lo que no que siempre es visible o científi camente defensible o demostrable según la ciencia (o el dogma) de cada época.
El duque Jean Floressas des Esseintes, último descendiente de una antiquísima familia de la aristocracia, cansado de París y de un mundo "mayormente compuesto por rufianes e imbeciles", vende su heredad, se hace con unas rentas comprando deuda del Estado y se retira en una casita en Fontenay-aux-Roses, "lejos del constante diluvio de estupidez humana". Tiene treinta años y ya se ha hartado de todo, incluso de sus propias extravagancias, como dar cenas "de duelo" con manteles negros y una orquesta que toca marchas fúnebres. En su nueva residencia solo aspira a la soledad, a vivir de noche con luz artificial, en compañía de su biblioteca de autores desdeñados de los últimos tiempos del Imperio romano, sus cuadros de Gustave Moreau y Odilon Relon, y un acuario con peces mecánicos. De la naturaleza ya solo piensa: "que monótono almacen de praderas y árboles, ¡que agencia banal de montañas y mares!".