Cada día Gabriel Zuchtriegel camina por las callejuelas de la antigua ciudad de Pompeya, destruida y enterrada viva en menos de dos días en el año 79 d.C. Estas inspecciones, excavaciones y proyectos de restauración y accesibilidad lo ponen en contacto con la fragilidad de un sitio único en el mundo y hacen que se desplieguen ante él la belleza del arte antiguo y la fugacidad de la vida humana. Ante los moldes de las víctimas de la erupción del Vesubio, pero también ante la escultura de un niño pescador al que la lava encontró dormido, que le recuerda a su hijo, se pregunta: «¿Qué tiene que ver Pompeya con nosotros? ¿Qué tienen que decirnos hoy nuestros antepasados?».
En La magia de las ruinas, el director del Parque Arqueológico de Pompeya lleva a los lectores a un viaje a través de los siglos por un escenario encantado, donde el pasado y el presente se mezclan de manera asombrosa. Es un viaje hecho de descubrimientos, desde las primeras excavaciones del siglo XVIII hasta los hallazgos más recientes, que arrojan nueva luz sobre la vida de los esclavos y los pobres en la ciudad y su territorio.
Recorre la historia de la arqueología moderna, intrínsecamente ligada a la de Pompeya, una disciplina que al principio solo se interesó por las obras de arte extraídas de la tierra, pero gradualmente entendió que el verdadero tesoro que nos han dejado las cenizas del Vesubio comprende mucho más: rituales antiguos, cultos misteriosos, transgresiones y erotismo, la historia social y cultural de una civilización, sus obsesiones y esperanzas. Son temas estrechamente entrelazados con nuestro presente y con la biografía de cada uno de nosotros, como demuestra el propio Zuchtriegel al hablar también de sus experiencias personales y profesionales, sin omitir los momentos de duda y las dificultades encontradas en el viaje que lo llevó desde una pequeña población alemana al sitio arqueológico más famoso del mundo.
¿Y si no existen las casualidades y todo pasa por algo?
Céline ha estado enferma desde pequeña, y eso ha condicionado su presente y desdibujado su futuro. Hasta que la vida le da una segunda oportunidad y su pequeño mundo se llena de esperanza. Ante ella se abre un futuro repleto de posibles, pero también de decepciones y desengaños que la obligarán a salir de la burbuja en la que siempre ha vivido.
Julien siente que ha perdido el control de su vida y que su mundo se desmorona. Ya no soporta las luces, el ruido ni las prisas de una ciudad como París. Y se ahoga dentro de una pregunta para la que no puede encontrar respuesta.
Un tropiezo fortuito hará que las vidas de Céline y Julien se unan. O no. Porque hay casualidades que conectan a las personas, pero hay otras que las separan irremediablemente.
La ciudad más bella del mundo ha acogido a maestros del vidrio durante cientos de años. ¿Hay lugar para una mujer entre todos ellos? Orsola Rosso está a punto de dejar su huella.
Venecia, 1486. Al otro lado de la laguna se encuentra Murano. Aquí el tiempo fluye de forma diferente, como el cristal que los maestros de la isla se pasan la vida aprendiendo a moldear. Las mujeres no deben trabajar el vidrio, pero Orsola Rosso ignora las convenciones para salvar a su familia. Trabaja en secreto, sabiendo que sus obras deben ser perfectas para ser aceptadas por los hombres. Pero la perfección puede llevar toda una vida. Saltando a través de los siglos, seguimos a Orsola Rosso mientras perfeccionan su arte a través de la guerra y la peste, la tragedia y el triunfo, el amor y la pérdida.
Trudi ha comenzado a ir al colegio. Cada día va emocionada por ver a las otras aves, y, en especial, por escuchar lo que su profe les va a explicar, y cada día regresa a casa contenta y llena de cosas para contar. Hasta que un día, Trudi regresa totalmente alicaída y con una pregunta para sus padres: «¿Por qué no me dijisteis que los avestruces como nosotros no pueden volar?» Por supuesto, ser un ave y no poder volar parece la más terrible de las tragedias. Lo que Trudi no sabe es que su maestra, la gallina Cococorina, tampoco puede volar igual que el resto.
La madre de nadie teje entre palabras la antropología simbólica de un vínculo universal: el de las madres con sus hijas. La mujer que todavía no es madre, la que quizá lo será, la que puede que no lo sea nunca, la madre perdida y la evocada, la madre amada…, todas ellas se reúnen en este itinerario sentimental que hilvanará una historia femenina en clave poética.
Si en palabras Adrienne Rich, la poesía es el lugar donde vivir sin ser la madre de nadie, donde existir como una misma, lo poético ofrece también un espacio propicio para dar voz a distintas mujeres (la abuela, la niña, la madre), todas ellas criaturas arácnidas que entretejen sus cuerpos a otros cuerpos. El lector hallará en esta obra cantos nupciales, poesía de tono epistolar, intuiciones metapoéticas o evocaciones de la casa familiar como auténtica Ítaca.
Todo ello mecido por los ciclos astronómicos, por el valor metafórico del solsticio y el equinoccio. La madre de nadie es un libro-cuerpo, libro-cordón umbilical en el que las mujeres trenzan su historia con el hilo de Ariadna. Un libro-homenaje a las madres, las hilanderas del mundo.
No pudo evitar preguntarse por qué el asesino de sus padres la quería viva. Y si eso no era una razón suficiente para desear estar muerta.
Cuando la mañana del 10 de agosto del año 30 a.C. la reina egipcia Cleopatra es encontrada muerta por la guarnición romana encargada de custodiarla para llevarla a Roma para el desfile triunfal de Octavio, la cólera de los romanos recae sobre sus dos hijos mellizos, Cleopatra Selene (Luna) y Alejandro Helios (Sol), de apenas diez años. Son acusados de haber ayudado a su madre a darse muerte, escatimando así el golpe de efecto que hubiese tenido la presencia de la orgullosa egipcia encadenada por las calles de Roma. Los mellizos, juntos con su hermano menor, Ptolomeo Filadelfo, son apresados y llevados a la península itálica. Son los hijos de la reina vencida y del triunviro Marco Antonio, que se ha suicidado también ante la victoria de Octavio.
Los niños llegan horrorizados a Roma en compañía de su tutor y son obligados a desfilar encadenados ante el carro de Octavio, el futuro emperador Augusto, pero su corta edad despierta la compasión del pueblo romano. En la creencia de que quizá puedan serle útiles en el futuro, Octavio accede a perdonarles la vida y ponerlos bajo la tutela de Octavia, su hermana y la legítima esposa de Marco Antonio, la mujer a la que abandonó para unirse a Cleopatra.