Javier Serena nos remite en La estación Baldía al ambiente de la inmediata posguerra civil, donde los rescoldos del drama humano son patentes en una sociedad rota por la guerra. La mezquindad humana, la necedad y la crueldad que poblaron la guerra, aparecen entreveradas de signos de humanidad y compasión capaces de rescatar la fe en el ser humano, dentro del gris mosaico de una sociedad desgarrada. La difícil vida de las mujeres en este tiempo y este lugar está personificada en la heroína de la novela, que encarna a toda una generación.
Últimas palabras en la Tierra cuenta el final de una historia. También el principio. La historia de un hombre al que llamaremos Ricardo Funes, aunque ese no sea su nombre verdadero. Las tres voces que repasan la existencia desesperada de este escritor, pocos años antes de su éxito y de su muerte temprana, nos adentran en las luces y sombras de una vocación imposible de abandonar. Su entrega visceral a la escritura y el ostracismo que sufrió hasta su reconocimiento tardío por parte de la crítica y los lectores hacen de Ricardo Funes un personaje fascinante que trasciende las fronteras entre realidad y ficción para convertirse en una criatura hecha de literatura.
Es 1996 y Selin se embarca en el segundo curso como estudiante de literatura de Harvard. Aunque el verano ha quedado atrás, no puede dejar de pensar en lo ocurrido durante esos meses en Hungría al lado de Ivan, el chico del que está enamorada. Los últimos emails que han intercambiado no dejan claro en qué términos está ahora su relación, y aunque en la literatura ella disfruta de las historias complejas protagonizadas por mujeres condenadas a la tragedia, en la vida real preferiría no convertirse en una de ellas.
París, 1889. La ciudad se prepara para la gran Exposición Universal y la Argentina opulenta participa con un fastuoso pabellón al gusto francés, sin saber que en las inmediaciones un aventurero belga planea exhibir en una jaula, como animales salvajes, a un grupo de indios onas capturados en Tierra del Fuego, y presentarlos como «antropófagos patagónicos». Uno de ellos, el muchacho Kalapakte, logra huir y, deambulando a la sombra de la recién erigida Torre Eiffel, conoce al joven anarquista Karl, quien participó en su construcción. Juntos emprenden una particular odisea por Europa y las tierras americanas, un regreso repleto de aventuras y peligros que ponen en evidencia las miserias y contradicciones de un siglo que termina y otro que recién empieza.
La repercusión del descubrimiento de Quirón ha sido muy grande entre los astrólogos. A pesar de que, ya en 1936, Dane Rudhyar había hablado de la existencia de este pequeño planeta, Quirón no fue descubierto hasta 1977 por el astrónomo Charles Kowal. Su excentricidad (mayor que la de Plutón), su inclinación respecto a la eclíptica y su pequeño tamaño hacen que, hoy por hoy, sea difícil de determinar qué efectos puede producir Quirón en un horóscopo. Con todo, en este libro, que se publicó por primera vez en el año 1989, se nos ofrece una interpretación de este planeta por signo y por casas, así como una explicación de sus aspectos con los demás planetas.
Una mala racha. Así es como podría llamarse a lo que está viviendo Sookie. Primero, su compañero de trabajo es asesinado y a nadie parece importarle. Luego se encuentra cara a cara con una criatura sobrenatural y casi muere en el ataque. Afortunadamente los vampiros le salvaron la vida, así que cuando le piden que busque a uno de ellos, desaparecido en Dallas, Sookie no lo duda ni un momento: les debe un favor.
Se supone que el trabajo es fácil: debe entrevistar a ciertos humanos involucrados en la desaparición. Solo hay una condición, los vampiros deben prometer comportarse y dejar que los humanos salgan ilesos. Más fácil decirlo que hacerlo. Todo lo que se necesita es un pequeño error para que las cosas se vuelvan mortales...