Villa Melania es una absorbente saga familiar que evoca otra era de forma realmente bella. Algunas puertas están cerradas por alguna poderosa razón.
«Es posible que todos estemos algo resquebrajados por dentro, que nadie conserve intacta la luna del espejo en el que nos contemplábamos siendo niños.»
En Villa Melania hay una habitación llena de espejos rotos y de recuerdos trágicos. En la mansión señorial de los Lanuza Vega, con su prado de caléndulas y su anciana jacaranda, se pasean los fantasmas de varias vidas truncadas en la noche de la víspera de Reyes de 1966, cuyo eco resonará de manera ensordecedora ese mismo día en 2019. El retrato de Melania, la hermosa y dañada Melania, sigue presidiendo la casa tantos años después. Sus pasos se escuchan sobre tarimas y escaleras; buscan a esa persona capaz de oír a los objetos contar sus historias. Esas historias que ni las hermanas ni el buen cuñado de Melania quieren contar; esas historias que Camila, su sobrina nieta, descubrirá demasiado tarde; esas historias que solo Cloe, la hermana de Camila, sabrá atender y comprender.
Muerte, melancolía, enfermedad, pero también celos, envidia, dolor y miedo acechan desde esos espejos rotos en los que se refleja lo que fueron y lo que son quienes alguna vez vivieron en esa casa. Solo existe una manera de arreglar las lunas y las vidas quebradas: hablar, porque «al callar enterramos a nuestros muertos un poco más hondo».
¿Cómo se fragua un poeta?, ¿debe recorrer algún camino para encontrar finalmente su voz entre las tantas que habitan el inmenso recinto de la poesía?, ¿cuál?, y ya que estamos en esto, ¿en qué momento la conciencia estética -esa necesidad de expresión casi biológica-, trasciende la sola necesidad de comunicación del poeta? Una relación acerca del oficio del poeta da cuenta, a grandes rasgos, de dos aspectos fundamentales que parecen decidir su sino: la angustia, producto del cúmulo de insatisfacciones que conforman su naturaleza como ente social sometido a los caprichos de la realidad; y la expresión, como un recurso al que suele asirse para intentar corregir todo cuanto de azarosa o trágica tiene su existencia, y, al mismo tiempo, para perpetuar cuanto de bueno, hay en ella: el amor, la solidaridad, la lucidez, la nostalgia... En los poemas de Cornielle del Peñón -el autor del que nos ocupamos en esta ocasión- el éxtasis y la incertidumbre se perciben como dos grandes dimensiones de un tema general: el amor, trascendiendo un enamoramiento justificado, en los términos de Shopenhauer, solo en el ámbito sexual... solo algunos de los títulos en los que de entrada se vislumbra la temática a la que nos adentraremos en Versos del ala sur: el amor como una gran aspiración. En estos primeros versos Cornielle del Peñón emprende su camino hacia la consecución de su voz...
Mamá:
sé que este es el libro que no quieres que lean, pero cuando entendí que compartir todo aquello que me hace vulnerable me ayudaría a superar el miedo y avanzar, comencé a escribir. He dejado aquí mi torpe aprendizaje en el mundo. Todas las veces que me llamaron maricón sin saber lo que significaba, la guarida en la que se convirtieron los libros, el amigo que me enseñó el poder de la imaginación, la muerte llegando a nuestra familia y el primer amor, que equivocado o no, te cambia para siempre.
Este es nuestro camino hacia un amor con apellido.
Venimos de aquellas primeras veces que después nos hacen confundir la luz con la oscuridad, pero un día nos miramos al espejo y por las esquinas asoma el mapa que nos hace volver a casa: el amor propio.