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UN AÑO CON DIOS AL AMANECER DEVOCIONAL

Cuando elegimos darle al Señor nuestros primeros momentos de la mañana, Él muchas veces nos entrega a cambio sorpresas y nos deleita. Un año con Dios al amanecer es una simple ofrenda matutina de ánimo que te ayudará a empezar tu día con el Señor y a reflexionar en una de las oraciones más hermosas que nos han dado en la Palabra de Dios: El Padrenuestro. Cada escritura diaria sigue uno de los siete principales temas del Padrenuestro y está formada por tres secciones: la Palabra, una Escritura incluida para meditar; el Pensamiento, una reflexión sobre la Escritura o el tema del día, y una Oración, una plegaria que se ofrece para entrar en conversación con el Señor. Adéntrate en las profundidades de las Escrituras y construye tu conexión personal con Jesús. Un año con Dios al amanecer te dará un tiempo dulce para meditar sobre las promesas de Cristo. Fortalecerá tu vida de oración y te ayudará a crecer en tu amor por el Señor y tu comprensión de Él.
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UNA IDEA DE FELICIDAD

Los momentos fulgurantes pueden anidar en cualquier parte, a cualquier hora y bajo cualquier circunstancia. Cuando se manifiestan, la alegría y el placer emergen de manera imprevista, y la realidad, por muy oscura que sea, resplandece durante un instante. La música, en sus polifacéticas formas, también es capaz de desencadenar episodios memorables y actuar como catalizador de sentimientos profundos. Puede elevar nuestro estado de ánimo, proporcionarnos una vía para expresar y procesar las emociones, hacer que fortalezcamos nuestras relaciones de pertenencia con el mundo que nos rodea y, entre otras muchas cosas, ofrecer experiencias que nos permitan establecer una conexión genuina con nuestro propio ser. Wanda Landowska vive uno de esos momentos fulgurantes interpretando a Scarlatti al clave, en medio de un estruendo de cañonazos antiaéreos. Erik Satie protagoniza otro trabajando en la composición de su nueva obra en un café cerca del cementerio de Montparnasse, mientras alterna cantidades industriales de cerveza con tragos de aguardiente. Albert Einstein, en su casa, cada una de las veces que come lentejas con salchichas o interpreta al violín música de su adorado Mozart. Marian Anderson, poniendo el cuerpo y la voz en cada una de sus actuaciones para transformar lo que Martin Luther King Jr. llama el último bastión del elitismo: la música clásica. Winnareta de Polignac, charlando sobre los Cuartetos de cuerda de Beethoven con Virginia Woolf en el salón que la escritora tiene en Londres, en el distrito de Bloomsbury. Imogen Holst, al darse cuenta de que, a través de la música, los habitantes de un pequeño pueblo del suroeste de Inglaterra dan rienda suelta a la necesidad innata de conectarse y expresarse emocionalmente con los demás. Glenn Gould, haciendo todo lo contrario, aislándose del mundo con su piano y su silla enclenque en una sala repleta de micrófonos. Y es que el pianista aseguraba: «mi idea de felicidad es pasar doscientos cincuenta días al año en un estudio de grabación».
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