¿Nos estamos convirtiendo en la madrastra de Blancanieves? En la era Instagram, nuestro espejo mágico es la pantalla y la belleza la dictaminan los likes. En La sala de los espejos, Liv Strömquist se pregunta hasta qué punto la dictadura de la imagen ha minado la relación con nuestros cuerpos.
Siempre ácida e irreverente, la autora nos lleva del mito bíblico de Jacob hasta los motivos del éxito de influencers como Kylie Jenner o Kim Kardashian, pasando por la última sesión de fotos de Marilyn Monroe, la obsesión de la princesa Sissi por el ejercicio físico o el robo del busto de Nefertiti.
Strömquist nos regala un libro profundamente documentado en el que nos acompañan su trazo inimitable y las teorías de Susan Sontag o Eva Illouz para desentrañar el canon que nos esclaviza e intentar encontrar algo real entre tanto filtro.
Esa desigualdad se retroalimenta y está averiando los tradicionales ascensores sociales: los impuestos dejan de gravar más a los que más tienen y la educación y las pensiones dejan de garantizar el ascenso o la protección social. El resultado es un edificio en el que los más ricos ganan más y los más pobres cada vez tienen menos, diferencias que se van enraizando en nuestra comunidad, de manera que quienes nacen pobres no pueden ascender y quienes nacen ricos nunca dejan de serlo.
La desigualdad es también empresarial y afecta incluso a la libertad de expresión, donde las líneas editoriales comienzan a servir a las grandes fortunas en lugar de a los grandes públicos.
Este es el estado actual de nuestro Edificio España. Hacen falta reformas urgentes para evitar que se derrumbe.
Durante la última década, Joaquín Luna se ha convertido en un personaje de ficción, la voz desacomplejada de la experiencia, periodista de La Vanguardia, dandi de la noche barcelonesa y experto polemista en política y divorcios. Lo ha hecho a través de textos capaces de adentrarse en la contemporaneidad y sus absurdidades sin perder nunca el sentido del humor.
En este libro brilla su estilo para capturar el patetismo de nuestros días, un lugar en el que el pasado y el presente colisionan siete veces en lo que dura un agua con gas. Divertidas, osadas, incómodas, estas páginas son un ejemplo de literatura costumbrista, escritas por un maestro en aquello de meterse en un berenjenal sin arrugarse la camisa.
Mariana Zuvic es nacida y criada en Río Gallegos, Santa Cruz. Conoció a Néstor y Cristina desde muy pequeña porque eran amigos de sus padres. Todo comenzó a cambiar -así lo narra en este libro- cuando el matrimonio Kirchner dio un giro a los parámetros morales con los que se movían en esa pequeña ciudad patagónica. Santa Cruz fue el laboratorio del modus operandi de hacer política que luego trasladaron a la Nación.
Nunca antes alguien había narrado en primera persona la intimidad del origen de esas "prácticas de destrucción institucional, descomposición social y corrupción que llevaron a los ciudadanos a transformarse en rehenes de la lógica amigo-enemigo", según cuenta Zuvic. Método que ejercieron como abogados, en la intendencia, en la gobernación de la provincia y del país.
El origen cuenta esa parte oculta de la historia reciente, lo que sucedió cuando Néstor y Cristina eran dos desconocidos para la mayoría de los argentinos. La investigación incansable de Mariana Zuvic junto a Elisa Carrió -que prologa este libro- fue determinante para llevar a la justicia las denuncias por malversación de fondos públicos del gobierno kirchnerista. Su historia es clave para entender qué pasó -y pasa- en Santa Cruz y en la Argentina desde hace treinta años.
Un ensayo agudo y cuestionador, que revela los intereses tras el término «cultura de la cancelación» y revisa los criterios con los que evaluamos el arte hoy.
¿Existe de verdad una «cultura de la cancelación» censora y puritana, que limite la libertad de los artistas? O, más bien, «¿por qué la llaman “cancelación” cuando quieren decir crítica?». Eso se pregunta Gonzalo Torné en un artículo que recibirá una respuesta inesperada: la de Clara Montsalvatges, uno de los personajes de sus novelas. Entre los dos, dibujan aquí el retrato de un escenario en el que las «audiencias emancipadas» plantean nuevas exigencias a los creadores, y se preguntan por las responsabilidades de una representación artística comprometida con la captura de la complejidad.
Febrero de 2010. Chelsea Manning, una analista de inteligencia militar estadounidense destinada en Irak, revela 720.000 documentos militares clasificados a través de WikiLeaks. Su coraje se apodera del mundo entero al protagonizar la mayor filtración de la historia.
Manning fue acusada de veintidós cargos y condenada a treinta y cinco años de prisión militar. Pero, al día siguiente de conocer su sentencia, declaró su identidad de género como mujer y empezó otra lucha: la del derecho a la transición en una prisión de hombres.
En 2017, después de un largo desafío legal y un gran apoyo civil, el presidente Obama conmutó su pena y la dejó en libertad. Hoy Chelsea Manning es una de las mayores activistas globales por la transparencia de la información y por los derechos de las mujeres trans.