Cuestionarse el derecho a opinar en pleno siglo XXI y asumir que una parte de la población se crea con derecho de callar otra es un peligro. El diálogo, incluso entre posiciones opuestas, es la base de cualquier convivencia democrática, algo que parece olvidarse en un entorno social y cultural en el que abundan las verdades absolutas. ¿Hay que seguir viendo Lo que el viento se llevó, o la eliminamos de todas las filmotecas por racista? ¿Es Lolita una obra maestra de la literatura o prohibimos a Navokov por pedófilo? ¿Perseguimos a J.K. Rowling, autora de Harry Potter, por su opinión sobre lo que es una mujer? ¿Quemamos los cómics de Tintín en aras de una defensa a los pueblos colonizados por los europeos? ¿Debe censurarse una atracción de Blancanieves en un parque temático porque recibe un beso no consensuado del príncipe? ¿Puede un cocinero blanco cocinar un guiso chino o es apropiación cultural? ¿Merece un análisis la obra de Dostoievski o censuramos todo lo procedente de Rusia? ¿Pueden los actores interpretar a personajes que no sean de su misma raza y condición sexual? ¿Impedimos la lectura de Las aventuras de Tom Sawyer porque utiliza la palabra negro' a pesar de que Twain fue un defensor de la igualdad racial? La tradición artística, literaria y cinematográfica, la política, la historia ¿Deberían poder ser analizadas en su contexto? y ¿Quién tiene el poder para decidirlo? Nos jugamos mucho al elegir entre la libertad de expresión, la creatividad o la censura. También en aceptar quién puede establecer esos criterios, hoy manejados por ese poder sin nombre que son las RRSS. Porque de prohibiciones y de acoso a quien se cuestiona lo que se conoce como Pensamiento Woke, va la Cultura de la Cancelación.
Cómo la tecnología digital -desde los homenajes en Facebook hasta los códigos QR en las lápidas- está cambiando nuestra relación con la muerte.
La sociedad moderna suele ocultar la muerte, como si fuera un defecto de carácter y no un hecho ineludible. Sin embargo, vivimos constantemente rodeados de muertos. Relegada lejos de nuestra vida cotidiana, medicalizada, expurgada de nuestras vidas, la experiencia de morir experimenta ahora una situación paradójica, ya que las imágenes y las palabras de los seres queridos fallecidos regresan e irrumpen de repente en las pantallas de nuestros teléfonos. Morimos, pero seguimos existiendo en la presencia de nuestras vidas online pasadas que no pueden ser erradicadas: los fantasmas digitales 'huellas electrónicas de los muertos' aparecen cuando hacemos clic.
En la era de la tecnología portátil y la conexión ininterrumpida a internet, una de las mercancías más valiosas, y con las que se mueven cantidades ingentes de dinero, es la atención. Nuestra atención: nuestra propensión continuada a emplear el tiempo online y a responder a los estímulos que nos bombardean sin descanso: notificaciones, llamadas, anuncios, noticias, actualizaciones, sugerencias. A cambio de información y entretenimiento, entregamos nuestra atención a la economía de la red, y el mercado la transforma en un bien de alta cotización. Ahí fuera hay un ejército de programadores de webs, desarrolladores de software, estrategas de las redes sociales y publicistas que están dando forma a una de las industrias más poderosas y de mayor crecimiento del mundo.
Ahora bien, ¿a qué precio? En este ensayo, tan personal como riguroso, tan breve como incisivo, Julia Bell plantea las preguntas precisas para descifrar esta realidad en la que vivimos, y así atender a lo que estamos ignorando en este intercambio desproporcionado. ¿Qué perdemos cuando cedemos nuestra atención, y cómo podemos recuperarla? O dicho de otra manera: ¿cómo podemos transformar nuestra capacidad de atención en un elemento radical, transformador, y no abandonarnos a una distracción infinita al servicio del poder y el capital de las empresas tecnológicas?
En 1851, Arthur Schopenhauer formuló una metáfora para describir la dificultad de articular la relación entre cercanía y distancia en las relaciones. En un frío día de invierno, unos cuantos puercoespines se acercan unos a otros para mantenerse calientes y no morir congelados. Sin embargo, pronto sienten el dolor de las espinas del otro y se ven obligados a separarse. Cuando la necesidad de calentarse vuelve a juntarlos, se produce de nuevo el primer problema, y así sucesivamente. Partiendo de esta metáfora, Davide Sisto explica lo que ocurre hoy cuando, con la expansión de los espacios virtuales (Facebook, Instagram, WhatsApp, etc.) y con las consecuencias de la pandemia de covid-19, la cercanía y la distancia ya no se formulan solo en términos de presencia física, sino también como proximidad digital y virtual. Lo que tiene lugar es una verdadera metamorfosis antropológica, que nos obliga a replantearnos algunas categorías fundamentales de nuestro imaginario: el vínculo entre cuerpo e imagen, real y virtual, presencia y ausencia, entre el yo y sus múltiples identidades virtuales. Desde un punto de vista emocional y psicológico, explica Sisto, los cuerpos digitales influyen directamente en nuestra forma de estar en el mundo. Y nos revelan que, por muy inmersos que estemos en la nueva civilización digital, no dejamos de necesitar la cercanía de los demás. Ser erizos digitales, zarandeados de un lado a otro entre la necesidad de soledad y la necesidad de contacto.
La cuestión de la energía se halla más que nunca en el corazón del debate público y la agenda política. Sabemos que la transición energética es inevitable porque es el único modo que tenemos de luchar contra el cambio climático, pero ésta no es un mero asunto técnico que deba dejarse en manos de empresas y tecnócratas, sino una cuestión política que requiere de amplio debate, participación ciudadana y luchas populares. Porque transiciones puede haber muchas: por ejemplo, las que busquen un enésimo enriquecimiento de los gigantes del oligopolio eléctrico o las que aspiren a la democratización de los recursos y la protección de la naturaleza. Así, «Molinos y gigantes» es, en primer lugar, una invitación a conocer la historia política y económica que hay detrás del sector eléctrico español, desde los acuerdos personales del caudillo con el presidente ultracatólico de Hidrola (actual Iberdrola) hasta la liberalización del sector decretada por el Gobierno de Aznar y la imbricación posterior de las energías renovables en los sucesivos booms del ladrillo. En segundo lugar, este libro realiza una lectura crítica del modelo que caracteriza el desarrollo eólico en el Estado español, dominado por grandes empresas, con un enfoque extractivo, concentrado en zonas rurales donde produce una importante degradación de la vida de sus habitantes, sin apenas preocupaciones medioambientales y falto de mecanismos de participación democrática. Para ello, Jaume Franquesa ―en la línea de autores como David Graeber o James C. Scott― toma como zona de estudio el sur de Cataluña, la región más nuclearizada de España y entre las de mayor densidad de parques eólicos, donde ha vivido durante años y recogido los testimonios de sus vecinos, que llevan décadas luchando por defender su tierra y sus raíces frente al gran oligopolio eléctrico, y nos recuerdan: «Renovables sí, pero así no». En definitiva, la transición energética sólo será real si garantiza un mundo rural vivo y la dignidad de sus habitantes
El ensayo "¿El choque de civilizaciones?" del politólogo norteamericano Samuel P. Huntington destaca en la historia del pensamiento político como la respuesta más brillante y contundente a la tesis del "fin de la Historia" de Francis Fukuyama. Escrito en un estilo vivaz y polémico, Huntington echó con él un jarro de agua fría al optimismo liberal de final de siglo al definir el orden político de la post Guerra fría como un mundo marcado por los conflictos culturales, antes que por la universalización de la democracia liberal como forma última de gobierno. El presente volumen también ofrece al lector otros tres artículos importantes de Huntington, publicados en la revista "Foreign Affairs" a lo largo de los años noventa, en los que perfila su pensamiento sobre política e identidad en el mundo contemporáneo.