Han pasado más de treinta años desde la caída del comunismo y algunas de nuestras ideas sobre lo que fue Europa del Este todavía replican los lugares comunes de la Guerra Fría: sociedades controladas por la Policía secreta, el miedo a la delación, sangrientos burócratas que llegaban desde Moscú para reprimir cualquier atisbo de disidencia y economías caracterizadas por el atraso y la escasez. En un formidable trabajo de síntesis que renueva los términos del debate, Agustín Cosovschi y José Luis Aguilar recorren la historia del comunismo desde las primeras luchas socialistas en el siglo XIX hasta su colapso en los umbrales del siglo XXI. Narran el ciclo de violencia de la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa y su prolongación en la Guerra Civil. Explican el momento bisagra en que comienza un enfrentamiento global entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Pero, sobre todo, muestran cómo el socialismo de Estado, lejos de ser una realidad monolítica orquestada por completo desde Rusia, se configuró en cada país en función de las tensiones étnicas, la búsqueda de independencia nacional, los liderazgos.
El futuro ecológico del planeta no tiene por qué ser tan negro como lo pintan: este libro lo demuestra con datos.
En la información que recibimos sobre el futuro del planeta prima lo apocalíptico. Desayunamos con titulares sensacionalistas y nos acostamos con noticias alarmantes sobre el calentamiento global, el cambio climático, la contaminación atmosférica, la pérdida de biodiversidad, la deforestación, la ganadería extensiva, la sobrepesca, los plásticos no biodegradables, la superpoblación…
Este libro, escrito por una científica que trabaja con datos, propone una visión radicalmente distinta y esperanzadora. Esta es una obra optimista, sí, pero no de un optimismo ingenuo, sino basado en el análisis de la información fiable de la que disponemos. Datos que nos dicen que hemos avanzado mucho más de lo que pudiera parecer por la senda correcta, y que tenemos mucho camino positivo por recorrer. No es el momento de tirar la toalla, sino de seguir luchando –con grandes y pequeños gestos, algunos de ellos al alcance de nuestra mano– por el futuro del planeta, por el nuestro y el de las próximas generaciones. En este libro valeroso, práctico y documentado, transformador, Hannah Ritchie nos explica cómo hacerlo: cómo sobreponernos al ruido para encontrar las respuestas correctas y los cambios necesarios.
Winston Spencer Churchill es un icono de la política. No sólo de la británica, sino una referencia universal y en buena medida intemporal. Su vida es conocida hasta el último detalle. Sobre él se han escrito libros, celebrado congresos, producido series de televisión y películas y se representó un musical en el famoso teatro West End de Londres. Winston S. Churchill ha sido considerado como el más grande e importante inglés de su tiempo. Su rostro, sus palabras, su forma de afrontar y actuar ante los problemas, su ironía, han quedado grabadas en la memoria de la Humanidad. Esta obra no es una biografía completa. Se centra en analizar la evolución de su pensamiento político a través de sus palabras y sus frases que aún hoy remiten una y otra vez como síntesis de una actitud ante la vida. Winston Churchill se hizo famoso por su oposición frente a los totalitarismos, pero es inmortal por sus palabras y sus escritos en los que el auténtico hilo conductor de todas sus ideas, su actividad y su lucha política fue la constante defensa de las libertades fundamentales de los ciudadanos y de la democracia como forma de Estado y de gobierno frente a cualquier amenaza de autocracia y totalitarismo.
Hasta ahora, nadie fuera de los círculos oficiales ha sabido con exactitud qué sucedería si un estado rebelde lanzara una cabeza nuclear contra el Pentágono. Segundo a segundo y minuto a minuto, estos son los acontecimientos, acciones y protocolos reales que coreografían el fin de la civilización.
Las decisiones que afectan a miles de millones de vidas deben tomarse en seis minutos a partir de información incompleta y parcial, y a sabiendas de que, una vez se ejecuten, nada es capaz de detener la destrucción. A partir de docenas de entrevistas con expertos militares y civiles que han construido estas armas, que han formado parte de la creación de los planes de respuesta y que deben asumir la responsabilidad de las decisiones cruciales, la finalista del Premio Pulitzer Annie Jacobsen logra el más fidedigno y escalofriante relato de las consecuencias definitivas de una Guerra nuclear.
El racismo muta constantemente: varía de forma, de tamaño, en sus límites, propósito o función ante los cambios en la economía, la estructura social y, sobre todo, ante los desafíos y resistencias que se encuentra. Cada nueva generación, define el racismo a su propia imagen y semejanza.
El éxito actual de figuras políticas y partidos xenófobos no es consecuencia de una reacción contra el progreso antirracista; triunfan porque su retórica política hace explícito lo que ya está implícito en las prácticas racistas y violentas de los Estados liberales. Tras la imagen de la mujer negra beneficiaria de prestaciones sociales, del hombre musulmán radical o del inmigrante contestatario, yace el miedo al radicalismo feminista negro, al movimiento nacional palestino, o a la politización de las clases trabajadoras surgida de la organización migrante. Sus imágenes encarnan los significantes desplazados del fracaso del neoliberalismo violento.
La propagación de la ideología racista en las sociedades occidentales no es un derivado de la polarización social, sino el cómplice necesario de un imperialismo «liberal» que regresa a casa como un bumerán, a poner en práctica, contra su propia población civil, las políticas coloniales que impone en el resto del planeta. En consecuencia, y como cuenta Arun Kundnani, el antirracismo no fragmenta la lucha de clases, sino que la radicaliza.
Por mucha propaganda negruzca y viscosa que las compañías petrolíferas quieran verter sobre nosotros, la crisis climática no es un problema de «huellas de carbono» individuales ni de grandes soluciones tecnocientíficas: en realidad, la responsabilidad del calentamiento global arraiga en una ínfima minoría capitalista. De hecho, el último gran estudio al respecto demuestra que solo 100 empresas son responsables del 70 % de las emisiones globales desde 1988. Inaudito, ¿verdad? Pero real. Esas empresas están poniendo en gravísimo riesgo la vida de toda la humanidad y del planeta: han expropiado nuestra atmósfera, nuestros medios de supervivencia y nuestro futuro común. Por supuesto, son ellas quienes poseen, controlan y se benefician en gran medida de la producción material que da lugar a dichas emisiones, pues no nos engañemos más: el poder de la economía no está disperso entre los consumidores, es la producción (estratégicamente deslocalizada y oculta a nuestros ojos) la que en secreto limita y dicta el consumo. Y la única forma de cambiar ese modelo y sus devastadoras consecuencias será mediante una lucha.