Papas que ya no se mueren como dios manda, reyes que se creían ranas, príncipes de incógnito por Madrid, cocineros desesperados, monjas farsantes, diputados espiritistas… De todo hay en este nuevo compendio de aconteceres narrados con el punto de vista único y divertidísimo de Nieves Concostrina, desde un premio Nobel de rebote, a un marqués desenterrado o una invasión de vírgenes.
Historia intelectual de la humanidad
Es difícil calificar un libro que nos ofrece nada menos que el patrimonio intelectual de la humanidad. No se encontrará en sus páginas la majestad de los reyes, o el fragor de las batallas, sino la belleza de las intuiciones, las ideas y las invenciones que, desde la noche de los tiempos ha desarrollado el hombre para mejorar su condición y su vida.
Tras el asesinato de Julio César en el 44 a. C., fueron dos los hombres que se disputaban el mandato de la todopoderosa Roma: Marco Antonio y el heredero elegido por el propio César, el joven Octavio, futuro Augusto. Pero Marco Antonio se enamoró de la mujer más poderosa del mundo, la gobernante egipcia Cleopatra, y frustró la ambición de Octavio de gobernar el Imperio. Y entonces estalló una nueva guerra civil.
Corría el año 31 a. C. cuando tuvo lugar una de las mayores batallas navales del mundo antiguo: más de 600 barcos, casi 200 000 hombres y una mujer. Aquello fue la batalla de Accio. El resultado: la victoria de Octavio, que derrotó posteriormente a Marco Antonio y Cleopatra. Y éstos acabaron suicidándose…
Las consecuencias de Accio cambiaron para siempre el Imperio romano. De haber ganado los amantes, la capital podría haberse trasladado a Alejandría, y el latín podría haberse convertido en el segundo idioma del Imperio después del griego, lengua que se hablaba en todo el Mediterráneo oriental, incluido Egipto.
Y ésta es por fin la historia que no se había contado. En este fascinante y emocionante ensayo, Barry Strauss, experto mundial en Historia de la Roma Antigua, describe la batalla y sus consecuencias con el dramatismo y la intensidad que merece. Una obra esencial que nos presenta, además, a tres de las figuras más importantes no sólo del Imperio romano, sino de nuestra Historia con mayúsculas.
No hay mayor símbolo de separación que un muro y no hay, quizá, muro más conocido que el muro de Adriano. El muro de Adriano se construyó en el siglo II para separar a los «bárbaros» caledonios y pictos de la «civilizada» provincia romana de Britania y, aunque desde entonces son incontables los días y noches que ha visto, las lluvias que ha soportado y los hombres que lo han hollado, sus restos permanecen, orgullosos, como el monumento romano más grande y uno de los más famosos. Con una historia de diecinueve siglos y una extensión de ciento dieciocho kilómetros que atraviesan el norte de la isla de Gran Bretaña –entre el golfo de Solway y el estuario del río Tyne–, el muro llegó a incluir quince fortalezas, una cada docena de kilómetros, para albergar las guarniciones permanentes que separaban a Roma de la barbarie. Su función no sería tanto detener a unos eventuales atacantes, algo imposible ante su extensión, sino ralentizar o incluso disuadirlos de tales intenciones, pues, mientras estuviera bien protegido, sería difícil atravesarlo.
Si bien las primeras expediciones a la Florida desde su descubrimiento en 1512 tuvieron en común su fracaso final, el intento de Pánfilo de Narváez en 1527 ha pasado a la posteridad como máximo ejemplo de insensatez e improvisación. Felizmente, tal catástrofe nos dejó el documento excepcional en que Álvar Núñez Cabeza de Vaca relató sus desventuras, desde la dispersión de las naves y el cautiverio de sus tripulantes, hasta su posterior liberación y la penosa peregrinación durante años por las tierras del actual sur de Estados Unidos. Si "Naufragios" posee un inestimable valor etnográfico por sus descripciones de pueblos y costumbres, la crónica alcanza tonos épicos en su narración de hazañas, calamidades y peligros, siendo la experiencia de su autor, como concluye Trinidad Barrera, un verdadero «descenso a los infiernos que sólo una naturaleza superior podía resistir».
Invitado a exponer sus piezas de cerámica en el museo Nissim de Camondo, Edmund de Waal disfrutó del inesperado privilegio de adentrarse en uno de los palacetes más lujosos de París, antigua propiedad de una influyente familia sefardí. Construido por deseo del filántropo y coleccionista de arte Moïse de Camondo en 1912, el edificio acoge desde entonces una extraordinaria colección de arte francés del siglo XVIII. Sin embargo, como ocurrió a los antepasados de De Waal, los Ephrussi, también los Camondo se convirtieron pronto en blanco del antisemitismo. El infausto destino de este ilustre linaje sobrecogió a De Waal, que comenzó a escribir las cartas reunidas en este libro para rendir homenaje al recuerdo de una familia perdida y «contrarrestar el silencio del desdén». El resultado es una conmovedora y personalísima reflexión sobre el precio de la asimilación, la melancolía, los vínculos familiares, el arte, las vicisitudes de la historia y el valor de la memoria.