Según afirma su propio autor, este libro esboza algunas de las dificultades más importantes que debe afrontar nuestra civilización, una civilización que no se ha recobrado todavía completamente de la conmoción de su nacimiento, de la transición de la sociedad tribal o «cerrada», con su sometimiento a las fuerzas mágicas, a la «sociedad abierta», que pone en libertad las facultades críticas del hombre.
La felicidad ha derivado en un dilema casi irresoluble y el afán por conseguirla supone un verdadero obstáculo para una vida buena. «La gente que solo busca el provecho material, arriesga su vida a la ligera. ¿No es esto un error de nuestra generación?», se preguntaba Chuang-Tzu nada menos que a mediados del siglo IV a. C. Han pasado más de dos mil años. En la actualidad, el conocimiento científico y el progreso tecnológico han puesto a nuestro alcance infinitas oportunidades, sobreabundante información e innumerables objetos de consumo. Sin embargo, la insatisfacción, el desasosiego, la aceleración y el cansancio acampan por doquier.
Disfrutar del momento, estar plenamente en el presente se ha convertido en una aspiración cuasi heroica. Tan es así que cada vez más aparecen en el «mercado emocional» terapias variopintas y ofertas prodigiosas encaminadas a paliar este malestar. Frente al mandato «sed felices» que proclama nuestra sociedad del exceso, tal vez lo más sensato sea intentar vivir bien y de la forma más dichosa posible.
De la mano de Aristóteles, Séneca, Horacio, Montaigne, Voltaire y también de escritores contemporáneos, Rubén D. Gualtero reflexiona aquí sobre el sentido que le damos a nuestra temporalidad, la relación con nosotros mismos, los demás, la naturaleza, las cosas y hasta Dios, para reformular una ética de la alegría y la mesura que nos ayude a lograr una existencia más plena.
La sociedad decadente revela lo que sucede cuando una sociedad rica y poderosa detiene su avance, y cómo la combinación de riqueza y dominio tecnológico con el estancamiento económico, la parálisis política, el agotamiento cultural y el declive demográfico crean una especie de «decadencia sostenible».
Muchos de los descontentos actuales, así como el devenir absurdo y errático que caracteriza a la realidad ?desde los transbordadores espaciales en tierra hasta los villanos de Silicon Valley, desde el cine y la televisión de insulso reciclaje hasta el escapismo mediante el consumo de drogas o la realidad virtual?, reflejan un sentimiento de futilidad y decepción, de que los caminos que nos quedan por recorrer llevan únicamente al ocaso. En este escenario tememos a la catástrofe, pero en cierto modo también suspiramos por ella, porque la alternativa es aceptar que somos decadentes de forma constante.