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LOS VALORES DE LA FAMILIA

¿Por qué el discurso de los valores de la familia fue fundamental para la revolución conservadora y de libre mercado de la década de 1980 y por qué ha seguido ejerciendo una influencia tan profunda en la vida política estadounidense y de otros países occidentales? ¿Por qué los neoliberales del libre mercado a menudo han hecho causa común con los conservadores sociales sobre la cuestión de la familia, a pesar de sus diferencias en todo lo demás? En este libro, Melinda Cooper desafía la idea de que el neoliberalismo privilegia el individualismo atomizante sobre las solidaridades familiares, así como la libertad contractual sobre el estatus heredado. En la tradición de las leyes de pobres de los países anglosajones, muestra cómo el espíritu liberal de la responsabilidad personal siempre ha estado respaldado por un imperativo más amplio de responsabilidad familiar y cómo esta inversión en las obligaciones de parentesco ha facilitado recurrentemente la alianza entre los liberales del libre mercado y los conservadores sociales. El neoliberalismo, argumenta, debe entenderse como un esfuerzo por revivir y traducir la tradición de las leyes de pobres a la lengua contemporánea de la deuda familiar. A medida que los políticos neoliberales impusieron recortes en los presupuestos de salud, educación y bienestar, identificaron a la familia como una alternativa total al Estado de bienestar. Y a medida que la responsabilidad del gasto deficitario pasó del Estado al hogar, las obligaciones de deuda privada de la familia se definieron como fundamentales para el orden socioeconómico. A pesar de sus diferencias, los neoliberales y los conservadores sociales han estado básicamente de acuerdo en que los lazos familiares deben ser fomentados y, más aún, hacerse cumplir, como contraparte necesaria de la libertad de mercado. Solo al restaurar la familia a su posición central en el proyecto neoliberal podemos entender la alianza política que define nuestro tiempo entre la economía de libre mercado y el conservadurismo social.
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LOS VICIOS ORDINARIOS

Este libro constituye una deambulación por un campo de minas moral, no una marcha hacia un destino concreto, y, según la autora, con ese espíritu conviene leerlo. Si los siete pecados capitales del cristianismo representan los abismos del carácter, los «vicios ordinarios» de los que nos habla aquí Shklar —la crueldad, la hipocresía, el esnobismo, la traición y la misantropía— son los bajíos traicioneros que tienen una dimensión no solo privada, sino también pública, y que nos hacen caer en la mezquindad y la inhumanidad. Para abordar la cuestión, la autora se basa en una gran variedad de escritores: Molière y Dickens nos hablan de la hipocresía; Jane Austen, del esnobismo; Shakespeare y Montesquieu, de la misantropía; Hawthorne y Nietzsche, de la crueldad; Conrad y Faulkner, de la traición. Además, nos encontraremos con Montaigne, «el héroe de este libro», quien, en espíritu, está presente en cada una de sus páginas. Él antepuso el rechazo de la crueldad, y de él aprende la autora lo que se deriva de esa convicción. Shklar examina las consecuencias destructivas de todos estos vicios, las ambigüedades de los problemas morales que plantean al ethos liberal y sus implicaciones para el gobierno y los ciudadanos: el liberalismo, lejos de representar una amoral ley de la selva, es una doctrina restrictiva y difícil, que exige de nosotros la capacidad de soportar la contradicción, la complejidad, la diversidad y los riesgos de la libertad.
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LOVECRAFT. UNA BIOGRAFIA

Pocos escritores han tenido una vida tan paradójica como H.P. Lovecraft, el excéntrico y solitario «escritor de espantos» de Providence. Considerado por todos como el gran maestro del horror sobrenatural contemporáneo, fue «el príncipe oscuro y barroco de la historia del horror del siglo xx», en palabras de Stephen King. Sin embargo, Lovecraft murió en el más completo anonimato, sin haber visto editado en vida ni un volumen con sus narraciones. Fue un misántropo incurable, y sin embargo fue muy apreciado por todos los que le conocieron, y se vio rodeado por un círculo de fieles admiradores que lucharon denodadamente para rescatar su obra del olvido. Intelectualmente, fue un convencido materialista científico, aunque también se dejó seducir por teorías racistas seudocientíficas, ideas que abandonó en sus últimos años para convertirse en una especie de demócrata liberal que consideraba ineludible el advenimiento del socialismo en una era futura.
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