En la noche del 27 al 28 de octubre de 1910, Tolstói, de ochenta y dos años, abandona a su esposa e hijos y parte de incógnito en un vagón de tren de segunda clase. Desafortunadamente una enfermedad obligará al gigante de las letras rusas a detenerse en la pequeña estación de Astapovo, un diminuto pueblo perdido en el inmenso imperio ruso que en pocas horas se convertirá en el centro del mundo. Bajo la atenta mirada de las fuerzas policiales (preocupadas de que la muerte del "amigo del pueblo" pueda ser un pretexto para el desorden) y la mirada "maternal" de la Iglesia ortodoxa (que no pierde la esperanza de ver regresar al gran excomulgado a ella), a Astapovo acudirán periodistas, fotógrafos y camarógrafos, así como amigos, discípulos y familiares de Tolstói. Durante seis días -seis días que mantienen al mundo en vilo- la prensa dará a conocer los más mínimos detalles de la historia: por primera vez un hecho privado pasa a convertirse en un acontecimiento público.
Fundado por Zenón de Citio en Atenas hace 2.400 años, el estoicismo y sus reflexiones y enseñanzas gozan de buena salud como brújula para orientarnos en una época tan confusa como la nuestra. Tal vez su éxito se debe a que, si bien el mundo ha cambiado mucho desde que los antiguos filósofos estoicos desarrollaron su disciplina, las grandes cuestiones que nos afectan como individuos y como sociedad siguen pareciéndose más de lo que pensamos a las que preocupaban a aquellos pensadores de la Antigüedad.
Con una cuidadosa selección de los pensamientos de figuras tan importantes como Séneca o Marco Aurelio, esta obra pone a tu alcance las reflexiones de los grandes maestros del estoicismo y las sitúa en el contexto de nuestro tiempo para dar respuesta a una serie de grandes temas que como individuos debemos afrontar si queremos alcanzar una vida buena y llena de sentido. Así, cuestiones como el autoconocimiento, la resistencia ante la adversidad o la búsqueda de un sentido a la vida encuentran en los estoicos un modo de estar y pensar en el mundo que sin duda nos interpela y nos orienta en nuestras ajetreadas vidas.
Una gran parte de los artistas visuales que desarrollan su trabajo en la actualidad viven en condiciones precarias y con muy pocos incentivos para su trabajo. Esa es una realidad conocida en el sector, y que se corresponde sociológicamente con el rol de marginalidad proverbial que ha caracterizado a lo largo del tiempo la escena del arte. Pero los artistas son testigos de nuestro mundo y ejercen su papel como peculiares activistas culturales. Aportan radiografías plurales, emblemas de una sociedad en cambio, expresan pautas de vida, generan huellas proyectadas hacia el futuro, atisban “lo nuevo”: son los creadores del patrimonio contemporáneo. El arte es un espacio de interrogantes donde afloran respuestas provocadoras a preguntas inquietas. El artista realiza su trabajo interpretando el mensaje de una difusa voluntad colectiva. Aspira a esa empatía y comunicación real: transmitir sentimientos y emociones propias para compartirlas. Pone sus ojos, su mirada, su corazón y sensibilidad al servicio de la sociedad: a la búsqueda de un latido común. El auténtico artista aporta oxígeno para respirar mejor.