Se diría que la experiencia amorosa es universal, aquella a la que todas las personas prácticamente sin excepción se creen autorizadas a referirse. Amo, luego existo nos acerca en concreto a la forma de vivir el amor de quienes se dedicaron intensamente a intentar comprender qué significa amar y ser amados. ¿Y cómo amaban, por cierto, los grandes pensadores? Los estoicos con paciencia, los vitalistas con entusiasmo, los nihilistas con pesimismo. Para un pensador, el amor es algo tan apasionante o doloroso como para el resto de los mortales. Porque el amor no es un asunto teórico de idéntico rango que los de mayor importancia: es una de las experiencias más intensas y absorbentes que puede tener un ser humano.
Lo que caracteriza a los filósofos seleccionados es precisamente que intentaron arrojar algo de luz sobre una pasión que en algunos momentos les devoró por completo. A la vista del lector estará que obtuvieron resultados desiguales, como también lo estará que todos ellos identificaron la aventura del pensamiento con la de la misma vida.
Descubre la personalidad y los hallazgos de cuatro grandes genios que cambiaron la vida de la humanidad.
En la era de internet y de la inteligencia artificial, la electricidad ocupa un lugar decisivo, lugar que seguirá ocupando en el futuro, pues es la clave para frenar el cambio climático. Pues bien, buena parte de nuestro progreso y bienestar se la debemos a cuatro personalidades cuyas vidas e inventos se explican en estas páginas.
En el Londres victoriano más humilde, Michael Faraday experimentó por su cuenta hasta sentar la base de la inducción, dando paso nada menos que a motores y generadores electromagnéticos. No muy lejos, en Escocia, donde no llegó Faraday por su falta de formación y de medios llegó James Clerk Maxwell, que se convirtió en el genio del electromagnetismo.
Como un Dios ubicuo, los algoritmos están colonizando todos los ámbitos de la experiencia humana. Desde la estética de los restaurantes de moda hasta la creación literaria, pasando por las amistades, la música que escuchamos y los contenidos de TikTok, Netflix e Instagram, las recomendaciones basadas en la extracción de datos influyen cada vez más en nuestros gustos e intereses. Las plataformas digitales prometen una oferta personalizada, pero lo cierto es que en muchos sentidos la cultura que consumimos y producimos se ha vuelto genérica, insípida y conformista: para todos y para nadie. De ahí que urja preguntarse: ¿qué libertad nos queda cuando las opciones se eligen previamente en nuestro nombre? ¿Cómo podemos sustraernos al poder del algoritmo?