La historia de la esclavitud ha sido tradicionalmente dividida en dos épocas distintas: una clásica, que abarca hasta el descubrimiento de América, y una moderna, que se inicia en el siglo xvii y se conoce como la época de la esclavitud negra. Este exhaustivo estudio comienza con Homero, a quien el autor considera el padre ideológico de la esclavitud clásica. Luego, recorre los pensamientos de figuras como Aristóteles y otras escuelas filosóficas clásicas que, aunque no respaldaron directamente la esclavitud, la toleraron o justificaron de alguna manera.
La Edad Moderna, a su vez, se desglosa en dos fases: desde la conquista de América y el problema del trato a los indígenas, cuya esclavitud fue explícitamente prohibida por la reina Isabel la Católica, hasta la época en que las personas negras se convirtieron en un recurso para reemplazar a los indígenas liberados. A partir de este punto, se examinan detenidamente las principales teorías para destacar que muy pocos filósofos se pronunciaron en contra de la esclavitud.
Un papel crucial en esta historia lo desempeñó la Ilustración. Durante los siglos xvii y xviii, se formuló la premisa de que «el negro era un esclavo por naturaleza», creando así un nuevo concepto de raza que, gradualmente, evolucionó hacia el racismo moderno. La ciencia biológica del siglo xix también jugó un papel esencial en la creación del racismo científico, que dio origen a la idea de una raza inferior que perdura hasta nuestros días.
En Los ángeles que llevamos dentro, Steven Pinker nos expone las investigaciones que ha llevado a cabo sobre la preponderancia de la violencia a lo largo de la historia. Estas investigaciones le han llevado a concluir que, pese a las guerras actuales, vivimos en una época en la que la violencia ha disminuido enormemente respecto de tiempos pasados. Disfrutamos la paz de la que gozamos ahora porque las generaciones pasadas vivieron atenazadas por la violencia y ello les obligó a esforzarse para ponerle límites, y en el mundo contemporáneo somos nosotros quienes debemos trabajar para ponerle fin.
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La filosofía tiene su propio vocabulario: algunas palabras solo le pertenecen a ella y otras, más numerosas, las toma prestadas del lenguaje ordinario y les da un sentido más preciso o más profundo. Esto forma parte de su dificultad, pero también de su fuerza: la filosofía no es propiedad de nadie y es evidente que requiere esfuerzos, trabajo y reflexión pero vale la pena por el placer que ofrece a cambio.