La presión por destacar en una sociedad donde «el infierno de lo igual» se presenta como una fosa de la que nos exhortan a salir. La necesidad autoimpuesta de las check-list como rituales de obligada ejecución para alcanzar la felicidad. La «ideología de la personalidad» que se manifiesta en forma de bulimia emocional, donde acumulamos y acumulamos experiencias para vomitarlas ipso facto en las redes sociales. La dolorosa brecha, que se agranda por momentos, entre el yo real y el yo virtual. La tensión de exigirle al tiempo libre una realización y productividad plenas, bloqueando así la posibilidad de disfrute…
Todos estos elementos, si no se analizan bajo la lógica del pensamiento crítico, se encargarán de configurar una personalidad abocada a experimentar un desánimo crónico. Y ante esto, pocos fármacos son más eficaces que la filosofía.
En 1970, ante la incierta resaca dejada por el ciclo de protestas que había sacudido Occidente en 1968, Richard Sennett rastreó los orígenes de este malestar hasta las ciudades modernas en que moraban quienes lo padecían. Sería así como daría con el que sería uno de los principios rectores de todo su trabajo posterior: frente al afán regulador que había caracterizado toda la historia del urbanismo, la auténtica riqueza de las ciudades residía precisamente en el carácter caótico e incierto de su naturaleza desordenada, y solo las formas urbanas que fomentasen esta espontaneidad serían capaces de generar una comunidad política abierta, libre y vibrante. Cincuenta años después de su publicación, "Los usos del desorden" sigue siendo un texto fundamental para comprender la influencia que los espacios que habitamos ejercen sobre nuestro desarrollo personal y social, pero sobre todo para encontrar las vías por las que escapar de sus peligros reivindicando los efectos positivos que ciertas formas virtuosas de desorden pueden tener en nuestras vidas. Prólogo de Pablo Sendra
Boris Cyrulnik, eminente psiquiatra y psicólogo, profundo conocedor de la mente, vivió una infancia traumática. Separado de sus padres, que fueron asesinados en campos de concentración, vivió como un fugitivo, escondido en casas de familias de acogida y en orfanatos. Como la mayoría de los supervivientes al volver de los campos, y como la mayoría de personas que han vivido situaciones traumáticas durante su infancia, Boris Cyrulnik se refugió en el silencio después de la guerra.
Sálvate, la vida te espera es un libro sobre el trauma, sobre las heridas y la sanación, sobre la imposibilidad de contar en un mundo en el que nadie quiere escuchar. Sobre la indiferencia que mata y los vínculos que salvan, sobre las ilusiones del recuerdo, sobre ese fenómeno extraño que se llama memoria, que no es la reconstrucción del pasado sino su representación, y que no cuenta la verdad histórica de los hechos sino otra verdad, todavía más real: la de la persona que recuerda. A través del relato de su propia historia, Boris Cyrulnik ayuda a todos aquellos que intentan escapar de un pasado marcado por el dolor.