Magia es de esos libros sorprendentes, que trastocan todo lo que creíamos saber sobre un tema. Laurent de Sutter propone un sorprendente cuestionamiento de la idea de «vínculo social».
¿Qué pasaría si el derecho fuera la última manifestación de la magia en un mundo que creía poder prescindir de ella? Este es el curioso interrogante que da pie a este este breve aunque intenso ensayo. Laurent de Sutter se propone indagar, a partir de la aparición del concepto de «vínculo social» en pensadores tan distantes como Rousseau o Durkheim, sobre aquello que nos ata como sujetos y que genera un vínculo, sobre la forma en que se instituye una obligación entre partes y se liga el conjunto de la sociedad.
Con gracia provocadora, de Sutter se mueve entre las ideas de Montesquieu y Giordano Bruno, entre los juristas romanos y Gabriel Tarde, entre Marcel Mauss, los inspiradores del Código Civil y Giorgio Agamben. Alejado de la sociología, su objetivo es desvelar, desde el punto de vista de la filosofía del derecho, el efecto performativo de la obligación que está detrás del vínculo social y su posible vínculo con la magia.
Joyce Meyer tiene un don para acuñar frases (Joycismos) y una de sus más famosas
es: “Donde vaya la mente, el hombre la seguirá”. Meyer aporta las claves para un pensamiento poderoso, dándole al lector la capacidad de usar su mente como una herramienta para el éxito.
En El poder del pensamiento, un libro pequeño y portátil que puedes llevar fácilmente contigo en bolsos, maletas, portafolios, mochilas e incluso bolsillos, Meyer propone un programa flexible para convertir los pensamientos en hábitos y los hábitos en triunfos.
Las secciones incluyen:
• El poder de tu versión optimista
• Conserva tu actitud en la altitud correcta
• El poder de la perspectiva
• Más poder para ti
A finales del siglo IV a. C. Epicuro fundó una escuela filosófica del todo opuesta al idealismo platónico imperante. Desde una perspectiva mucho más empírica y natural, su doctrina reivindicó el papel de los sentidos (única fuente de sabiduría posible) y la búsqueda del placer para alcanzar la felicidad (único objetivo final). Este hedonismo, sin embargo, debía acompañarse de cierta ética, capaz de distinguir placeres buenos (o «naturales», como comer o dormir) y malos (o innecesarios y vanos, como beber sin sed o buscar la lujuria). De aquí la necesidad de la filosofía, cuya práctica defendió Epicuro durante toda la vida: «porque para alcanzar la salud del alma, nunca se es ni demasiado viejo ni demasiado joven».