Hace más de dos mil años, el maestro chino Sun escribió el tratado de estrategia bélica más célebre de todos los tiempos. Aparentemente esta obra da valiosos consejos para vencer en el campo de batalla, pero lo cierto es que no es solo un libro sobre contiendas. Sus máximas guardan gran profundidad y contienen una raíz filosófica que actualmente se aplica en materias tan variadas como la política, la empresa, el deporte o el crecimiento personal.
Una obra clásica que en los tiempos inciertos que corren resulta más sugerente e inspiradora que nunca.
La felicidad ha derivado en un dilema casi irresoluble y el afán por conseguirla supone un verdadero obstáculo para una vida buena. «La gente que solo busca el provecho material, arriesga su vida a la ligera. ¿No es esto un error de nuestra generación?», se preguntaba Chuang-Tzu nada menos que a mediados del siglo IV a. C. Han pasado más de dos mil años. En la actualidad, el conocimiento científico y el progreso tecnológico han puesto a nuestro alcance infinitas oportunidades, sobreabundante información e innumerables objetos de consumo. Sin embargo, la insatisfacción, el desasosiego, la aceleración y el cansancio acampan por doquier.
Disfrutar del momento, estar plenamente en el presente se ha convertido en una aspiración cuasi heroica. Tan es así que cada vez más aparecen en el «mercado emocional» terapias variopintas y ofertas prodigiosas encaminadas a paliar este malestar. Frente al mandato «sed felices» que proclama nuestra sociedad del exceso, tal vez lo más sensato sea intentar vivir bien y de la forma más dichosa posible.
De la mano de Aristóteles, Séneca, Horacio, Montaigne, Voltaire y también de escritores contemporáneos, Rubén D. Gualtero reflexiona aquí sobre el sentido que le damos a nuestra temporalidad, la relación con nosotros mismos, los demás, la naturaleza, las cosas y hasta Dios, para reformular una ética de la alegría y la mesura que nos ayude a lograr una existencia más plena.
Paolo Virno constata lo evidente: las formas de vida contemporáneas están marcadas por la impotencia. Sea que esté en juego un amor sin igual o la lucha contra el trabajo precario, una parálisis frenética aprisiona la acción y el discurso.
No se logra hacer aquello que conviene y se desea, y al mismo tiempo no somos capaces de sufrir de manera apropiada los golpes a los que estamos sometidos. Pero allí donde parece haber una falta, el filósofo italiano encuentra un exceso de competencias y habilidades. Saboreamos la potencia, pero no la podemos volver acto; situación que genera todo un catálogo de pasiones tristes: arrogancia manchada de abatimiento, timidez descarada, alegría por los naufragios, resignación beligerante, solidaridad refunfuñante.
¿Cómo conjurar colectivamente esta parálisis ansiosa que coloniza la acción y el discurso al punto que inhibe hasta la capacidad de padecer? ¿Mediante qué hábitos e instituciones comunes es posible escapar del agotador estado de impotencia crónica, de la disposición taquicárdica y precarizante a estar «siempre listos»?