Desde Disneylandia hasta el Mont-Saint-Michel, desde las pirámides egipcias hasta los castillos de Baviera, desde Venecia hasta París o Nueva York, la interminable rueda del turismo no para nunca de dar vueltas. Con el ojo atentamente fijado en el objetivo de la cámara, en vez de contemplar la realidad, los turistas transforman un mundo en imágenes que está, él mismo, invadido por las imágenes.
Lo que busca el turista de viajes organizados es la foto del catálogo o de la pantalla de Internet y si la realidad que encuentra no es la «prometida» queda defraudado, se siente perdido e incapaz de hacer su propia experiencia. El turista individual y culto también está sometido a la esclavitud de las imágenes. No puede dejar de buscar escenarios ya codificados por la ficción, lugares dignificados y mitificados por famosos observadores anteriores desde distintos discursos culturales. No se fía de su propia vivencia, sino que tratará de adoptar los ángulos de vista de ellos con la pretensión de experimentar, comprender o gozar como éstos, sin tener apenas en cuenta lo que le rodea de hecho.
Analizando las actitudes de los visitantes de algunas playas, paisajes, monumentos o plazas emblemáticos del turismo, Marc Augé muestra no sólo que la mayoría de los lugares míticos y románticos nos hacen vibrar porque fueron escenarios de grandes novelas o películas. También en esos lugares mismos se hace lo posible para revestirlos con los símbolos e insignias buscadas por los turistas. De esta manera se redobla la ficción desde el observador y lo observado, de modo que la realidad está en peligro de quedar del todo inaccesible.
La felicidad ha derivado en un dilema casi irresoluble y el afán por conseguirla supone un verdadero obstáculo para una vida buena. «La gente que solo busca el provecho material, arriesga su vida a la ligera. ¿No es esto un error de nuestra generación?», se preguntaba Chuang-Tzu nada menos que a mediados del siglo IV a. C. Han pasado más de dos mil años. En la actualidad, el conocimiento científico y el progreso tecnológico han puesto a nuestro alcance infinitas oportunidades, sobreabundante información e innumerables objetos de consumo. Sin embargo, la insatisfacción, el desasosiego, la aceleración y el cansancio acampan por doquier.
Disfrutar del momento, estar plenamente en el presente se ha convertido en una aspiración cuasi heroica. Tan es así que cada vez más aparecen en el «mercado emocional» terapias variopintas y ofertas prodigiosas encaminadas a paliar este malestar. Frente al mandato «sed felices» que proclama nuestra sociedad del exceso, tal vez lo más sensato sea intentar vivir bien y de la forma más dichosa posible.
De la mano de Aristóteles, Séneca, Horacio, Montaigne, Voltaire y también de escritores contemporáneos, Rubén D. Gualtero reflexiona aquí sobre el sentido que le damos a nuestra temporalidad, la relación con nosotros mismos, los demás, la naturaleza, las cosas y hasta Dios, para reformular una ética de la alegría y la mesura que nos ayude a lograr una existencia más plena.
Un joven pianista de Chicago se alista a las Brigadas Internacionales y viaja a la España de la Guerra Civil en lucha contra el fascismo, donde perderá el brazo derecho. De regreso a los Estados Unidos, el suyo será un relato de superación que lo convertirá en una leyenda de la bohemia artística de Chicago, en un storyteller prodigioso y en un pionero de la contracultura, que nos contará, como si de un libro de caballerías se tratase, la historia norteamericana de la segunda mitad del siglo XX.
«Fue un superviviente que se aferró a la vida. Una lección ambulante de resistencia y de superación sonriente. Un perdedor entre perdedores al que nada termino´ de salir bien, pero del que todos se encariñaban. Un idealista a quien la vida maltrato´ con saña, obligado a descubrir demasiado pronto que la vida «iba en serio» y que, pese a ello, se obstino´ en vivirla hasta no poder más. Sin resentimiento. Mentor espiritual y gurú salvador para muchos, aunque él no supiera redimirse, como los buenos mesías. Un hombre esencialmente libre y de una cierta candidez. Un buen tipo. Un amor. Un idealista iluso. Un maestro of the streets. El pianista de un solo brazo. Aquel pecador tan agradable. El rey de los callejones».