Este libro nos descubre al Todorov más implicado con el presente, en la línea de El miedo a los bárbaros. Los enemigos íntimos de la democracia denuncia que los peligros que acechan a las democracias occidentales no son tanto externos, como se nos ha querido hacer creer invocando el terrorismo islamista, los extremismos religiosos o los regímenes dictatoriales, sino internos. Todorov argumenta que nadie pone tanto en peligro la democracia como tres tendencias crecientes en el mundo occidental, empezando por los Estados Unidos: el mesianismo (que dio lugar a la invasión de Irak y a otros intentos de imponer por la fuerza la democracia en el mundo), el ultraliberalismo (el imperio de la economía por encima de la política, el poder de los medios de comunicación, el desmantelamiento del estado del bienestar) y el populismo y la xenofobia (el miedo al extranjero, el aumento del nacionalismo excluyente). Así pues, el enemigo está en nosotros mismos. Todorov llama a resistir y propone la necesidad de una «primavera europea» que ponga fin a estas derivas desde el convencimiento de que quien decide nuestro destino no es sino la suma de nuestras voluntades.
Bill Gates cree que la respuesta es sí, y en este libro explica de un modo claro y convincente qué deberíamos haber aprendido de la COVID-19 y qué podemos hacer cada uno de nosotros para evitar un desastre parecido. Basándose en los conocimientos de los principales expertos mundiales y en su propia experiencia combatiendo enfermedades mortales a través de la Fundación Gates, logra, en primer lugar, ayudarnos a entender, desde un punto de vista científico, cómo funcionan las enfermedades infecciosas. Después, nos enseña que, si las naciones del mundo aúnan esfuerzos y al mismo tiempo trabajan codo con codo con el sector privado, no solo podrán prevenir otra catástrofe como la de la COVID, sino también eliminar todas las afecciones respiratorias, incluso la gripe.
Este es un llamamiento intenso, exhaustivo y de suma importancia realizado por uno de nuestros más grandes y más eficaces pensadores y activistas.
Es un hecho sobre el que no se debería dejar de reflexionar que no hay ni ha habido nunca ninguna comunidad, sociedad o grupo que haya decidido renunciar pura y simplemente al lenguaje. Muchas veces se interrogó sobre cómo empezaron a hablar los hombres, y sobre el origen del lenguaje se propusieron hipótesis imposibles de verificar y sin ningún rigor; pero nunca se preguntó por qué continúan haciéndolo. Sin embargo, la experiencia es simple: se sabe que si el niño no se expone al lenguaje de algún modo dentro de los once años de edad, pierde irreversiblemente la capacidad de adquirirlo.