Entre los siglos XV y XVIII, los europeos no solo estaban fuertemente constreñidos por las jerarquías sociales, también malvivían atormentados por el hambre y la miseria, tiranizados por el consumo diario de un pan deliberadamente adulterado, a menudo mezclado con semillas y hierbas alucinógenas.
Mientras Galileo, Descartes y Bacon trabajaban en la idea de un mundo racional y ordenada, la desnutrición crónica y la embriaguez domésticaagudizadas por estas drogas rurales y domésticas llevaban a sus coetáneos a un viaje psicodélico, a trances y explosiones dionisíacas que involucraban a pueblos enteros, a los meandros de un imaginario demoníaco y nocturno que aliviaba una existencia de otro modo invivible.
A través de una cuidadosa reconstrucción de la vida cotidiana de campesinos, mendigos y pobres, Piero Camporesi en El pan salvaje presenta una imagen vívida y desconcertante de la Europa preindustrial, azotada por el desigual reparto de bienes y alimentos, como un vasto laboratorio de sueños.
Sumida en un universo fantástico, la humanidad tenía acceso a formas de conciencia ajenas a la racionalidad, y aún podía aprovechar las reservas oníricas que la prohibición a las hierbas alucinógenas destruyó más tarde.
División de poderes, rigidez constitucional, control judicial de la constitucionalidad de las leyes... todos estos conceptos en los que se basan las democracias y a los que acudimos para verificar la salud de nuestro sistema político, proceden de la primera Constitución escrita, la que, a finales del siglo XVIII representó, en palabras de James Madison, "el mayor esfuerzo de deliberación nacional que ha acontecido en el mundo". En el presente libro, el profesor Blanco Valdés traza la génesis de estas ideas, con especial atención a los escritos de "El Federalista" -los artículos que Alexander Hamilton, James Madison y John Jay publicaron entre 1787 y 1788 en defensa de la obra constituyente y con el fin de favorecer su posterior ratificación por los Estados-, y muestra cómo cruzaron el océano para, de formas diversas, ser adoptados por los europeos cuando estos se enfrentaron al desafío que los norteamericanos ya habían abordado en el siglo XVIII: cómo garantizar la libertad.
En nuestros días, lo urbano ha crecido hasta desbordar nuestra capacidad para la reflexión, la acción y hasta la imaginación. Sentido y fin de la industrialización, la sociedad urbana se ha ido conformando en su propia búsqueda de sentido y, en el camino, se ha topado con la filosofía, el arte y la ciencia, que no han podido evitar enfrentarse a este nuevo objeto y transformarse a sí mismas en el encuentro. Comprender lo urbano hoy implica trazar una estrategia de conocimiento inseparable de la estrategia política. Lefebvre invita a hacerlo sobre el eje de la puesta en práctica de un derecho: el derecho a la ciudad, a la vida urbana, condición para una democracia y un humanismo renovados.