Cincuenta anos después de su publicación, Muerte y Vida de las grandes ciudades es, según el New York Times, «probablemente el libro más influyente en la historia de la planificación urbana». Jane Jacobs, columnista y crítica de arquitectura de principios de los años sesenta, afirmaba que la diversidad y la vitalidad de las ciudades estaban siendo destruidas por algunos arquitectos y urbanistas muy influyentes. Popular no sólo entre profesionales, el libro es una fuerte crítica de las políticas de renovación urbanística de los años cincuenta, que destruían comunidades y creaban espacios urbanos aislados y antinaturales. Jacobs defiende la abolición de los reglamentos de ordenación territorial y el restablecimiento de mercados libres de tierra, lo que daría como resultado barrios densos y de uso mixto. Frecuentemente cita el Greenwich Village neoyorkino como ejemplo de una comunidad urbana dinámica. Riguroso, lúcido y deliciosamente epigramático, Muerte y vida es un programa para la gestión humanista de las ciudades. Sensato, documentado, ameno e indispensable.
Codicia, frustración sexual, el deseo de sembrar el terror, la envidia, el anhelo de combatir la soledad, el amor o incluso el puro placer de matar, son algunos de los móviles que se van desgranando en estas apasionantes historias. A modo de decálogo, la autora construye unos modelos nada accidentales de asesinar, diez relatos en los que, haciendo gala una vez más de su rigor, su capacidad de análisis y conocimientos sobre la mente criminal, disecciona de forma magistral el lado más oscuro del ser humano.
Ampliamente ilustrado con fotografías, mapas y fichas con perfiles criminológicos de los diferentes asesinos, para ahondar desde una visión profesional en las perturbadoras raíces del Mal.
Uno se imagina los últimos momentos de los monarcas envueltos en la misma pompa y circunstancia que los rodearon en vida, sin perder un ápice de su majestad en el trance definitivo. Con serenidad, solemnidad y en silencio. Pero las excepciones a ese lienzo ritual y ceremonioso no son pocas. Están, de un lado, los que murieron en el campo de batalla, como el aragonés Pedro II, que falleció combatiendo a los cruzados de Simón de Monfort en Muret (1213), mientras defendía a sus súbditos de Occitania. Y son mucho más abundantes los que perdieron la vida en circunstancias extrañas o rocambolescas, que han propiciado toda suerte de teorías y especulaciones. En este ameno libro el historiador Manuel García Parody, con el rigor que caracteriza su ya extensa trayectoria, aborda algunas de esas muertes regias exentas de la solemnidad y de la heroicidad que se les presupone.