Carmen Laforet pasa las páginas de un álbum de fotografías, de atrás hacia delante. A su lado está su hija, Cristina Cerezales, que ha ideado este camino de vuelta y la acompaña en un intenso viaje por las habitaciones de la memoria. Cierran los ojos y sus pensamientos se comunican de un modo nuevo, único, precioso.
Desde su condición de «melómano comprometido» pero sin renunciar a la visión del teólogo, Hans Küng analiza en este libro la relación entre música y religión, a las que separa una sutil y delgada frontera. ¿Puede la música ser medio de expresión y fuente de la fe religiosa? ¿Puede la vivencia religiosa de la música ser una apertura a la trascendencia? Para iluminar estas cuestiones, Küng se ocupa con tres grandes compositores que suponen para él «todo un reto intelectual y artístico»: Mozart, Wagner y Bruckner. Se pregunta no sólo por su religiosidad personal, sino por la presencia de la religión en su obra. Pues en estos músicos la religión ocupa un lugar significativo, ya se trate de la peculiar vinculación de Mozart con el catolicismo y su plasmación en las misas que compuso; de los dramas musicales wagnerianos Parsifal y El ocaso de los dioses, situados entre la crítica social y el anhelo de redención; o de las sinfonías brucknerianas, nacidas de la tensión entre religiosidad y modernidad. Estos ensayos de interpretación quedan enmarcados por una Obertura, exordio sobre música y religión, y un Final sobre arte y sentido que ensancha la cuestión religiosa hasta tocar las artes plásticas. Quiere así el presente libro lograr una pequeña sinfonía, una consonancia de sus distintos tiempos capaz de proporcionar al lector una mejor comprensión tanto de la música como de la religión.
En esta autobiografía Roger Bartra examina un nudo formado por tres hilos que se extienden a lo largo de su vida intelectual; tres flujos que se mezclan en el pozo profundo de su conciencia. El primero es una obsesión por la verdad que domina su trabajo, a veces de manera estimulante y en ocasiones de forma esclavizadora. El segundo es la permanente sensación de ser extranjero, de ser un extraño enclavado en una sociedad que lo considera ajeno a ella. En tercer lugar, una inclinación por la rebeldía que ha tenido que controlar y domesticar para poder convivir con sus semejantes.
Estos flujos, confiesa, le han provocado una permanente sensación de encierro, de estar presa de verdades dogmáticas, de estar en la cárcel de una identidad anómala y de estar poseído por una furia que es necesario mantener atrapada. Pero cuando el nudo se desata, Bartra se siente liberado e impulsado a una búsqueda de verdades frescas y renovadoras, alentado por una rebeldía creativa y estimulante sin estar atado a identidades fijas.
Mutaciones es un claro resultado de ese impulso, que en esta ocasión se vuelva sobre sí mismo para dejarnos ver, por primera vez, el mecanismo interior de una de las mentes más auténticas del panorama intelectual mexicano.