Un alegato a favor de la globalización: no es excesiva, sino insuficiente
El libre mercado ha sacado a millones de personas del hambre y la pobreza, una realidad evidente incluso para Marx y Engels. Pese a ello, a principios de este milenio, emergió y proliferó un potente movimiento anticapitalista internacional.
Johan Norberg desarrolló entonces una esclarecedora defensa de la teoría y la práctica del liberalismo económico. Su tesis contribuyó a crear conciencia sobre el hecho de que los países sólo podrían salir del subdesarrollo con más comercio, inversión e iniciativa empresarial.
En la actualidad, ante el resurgir de las voces que claman que la globalización ha ido demasiado lejos, Norberg vuelve a plasmar su argumentación promercado, procomercio y proinmigración en un nuevo manifiesto. Aunque los ataques vienen fundamentalmente de la derecha reaccionaria, todos los populismos comparten el mismo mito de la economía como un juego de suma cero en el que hay ganadores y perdedores de la globalización.
El manifiesto capitalista demuestra que, pese a todos los factores que generan incertidumbre, durante los últimos veinte años se ha experimentado el mayor progreso en términos de prosperidad y bienestar. Este libro es una apología apasionada y rigurosa de la libertad económica internacional en una época que vira peligrosamente hacia el estatismo, la hiperregulación y el intervencionismo.
La batalla por recuperar la libertad frente a las élites que intentan redefinir nuestro futuro.
Tras la caída del Muro de Berlín, aquellos destinados a liderar la sociedad creyeron que la tecnología y la globalización nos traerían un futuro espléndido. Sin embargo, se convirtieron en víctimas del pensamiento Pluto, una ideología perezosa que parecía invencible. Mientras tanto, algunos jóvenes activistas desde despachos universitarios estaban diseñando una nueva propuesta revolucionaria y social que, años más tarde, tendría en Occidente más influencia de la que jamás tuvo el comunismo.
La caída del Muro no trajo la libertad esperada, sino nuevas cadenas invisibles.
Hoy, quienes estudiaron en los años ochenta y noventa en costosas universidades privadas se preguntan por qué pasaron sus días aplicando políticas de igualdad y sostenibilidad basadas en principios que no compartían. La respuesta radica en que se equivocaron al pensar que la economía y la tecnología resolverían todos los problemas. El resultado contemporáneo es la disputada Agenda 2030, salpicada de dudas y muchos interrogantes, como: ¿Quién ha diseñado la agenda política actual? ¿Por qué el cambio climático es una prioridad por encima de la natalidad? ¿Es más poderoso el que hace la ley o el que logra imponer un nuevo sentido común?
¿Por qué se va la gente de las ciudades? Porque la echan. Una multitud de factores, desde el precio de la vivienda hasta los efectos del turismo, empujan a las personas a abandonar los espacios urbanos concentrados. Poco a poco, las ciudades se vacían y envejecen. Lo extraño es que no lo notamos, porque el flujo constante de personas nos hace sentir que todo está lleno, en especial los centros históricos, reconvertidos en parques temáticos.
El rentismo ha sustituido a la producción. La ciudad se ha convertido en un tablero de Monopoly que expulsa a los que no pueden pagar. ¿Por qué apostar por los habitantes de clase media cuando la especulación, el turismo o el consumo desaforado en domingo resultan más provechosos? Las ciudades ya no anhelan construir el futuro; buscan rentabilidad.