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EL LADO OSCURO DE LA CULTURA VICTORIANA

Cada periodo histórico y cultural crea sus propios monstruos, dependiendo de los temores y valores que la sociedad va estableciendo y proclamando. La época victoriana, pródiga en seres monstruosos, constituye un momento en el que el sueño de la razón, impulsado por un avance tecnológico y científico sin precedentes, y sustentado por un vasto imperio de ultramar, produjo toda suerte de aprensiones, inquietudes, obsesiones y ansiedades que se plasmaron en la literatura y en el entorno circundante mediante monstruos ficticios e imaginarios... y tristemente reales, como es el caso de Jack el Destripador, producto de aquel tiempo y aquel momento. El primer asesino en serie «moderno» de la historia personifica y culmina de manera espeluznantemente real la monstruosidad que, de manera imaginaria, se venía forjando en las páginas de numerosos autores victorianos.
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EL LADRON DE ARTE

Ha habido muchos ladrones de arte a lo largo de la historia, pero ninguno como Stéphane Breitwieser. Él nunca robó por dinero, sino que sustraía solo aquellas piezas cuya belleza lo embelesaba, y exponía esos tesoros en un par de habitaciones secretas de su casa, donde podía admirarlos a su antojo. Nuestro ladrón tenía, además de una gran sensibilidad artística, una habilidad innata para burlar casi cualquier sistema de seguridad, y consiguió perpetrar un número asombroso de robos a plena luz del día, sin armas ni amenazas, mientras su novia distraía a los guardias de seguridad. Pero ese talento iba unido a un creciente desprecio por el riesgo y una necesidad adictiva de fijarse nuevos retos, ignorando las súplicas de su novia para que dejara de hacerlo, hasta que un último acto de arrogancia acabó con todo. A lo largo de casi ocho años, Breitwieser recorrió museos y catedrales de toda Europa, donde robó más de trescientos objetos —entre ellos cuadros de Pieter Brueghel el Joven, Antoine Watteau o François Boucher— y llegó a acumular más de 1.400 millones de dólares en piezas de coleccionismo de primer nivel. En El ladrón de arte, un auténtico rompecabezas con giros que resultan casi increíbles, Michael Finkel explora con brillantez la emoción de los golpes que llevó a Breitwieser a seguir adelante y narra de manera genial la historia de este ávido coleccionista para quien los museos no eran más que prisiones donde el arte se encontraba recluido.
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EL LEGADO DE LA ESCLAVITUD

Comenzando en su ciudad natal de Nueva Orleans, Clint Smith nos guía en un inolvidable recorrido por monumentos y lugares emblemáticos que ofrecen una historia intergeneracional de cómo la esclavitud ha sido fundamental para dar forma a la historia colectiva de Estados Unidos y sus habitantes. La historia de la plantación de Monticello, en Virginia, la finca donde Thomas Jefferson escribió cartas en las que defendía la urgente necesidad de libertad mientras esclavizaba a más de cuatrocientas personas. La historia de la Plantación Whitney, una de las únicas antiguas plantaciones dedicadas a preservar la experiencia de las personas esclavizadas cuyas vidas y trabajo la sustentaron. La historia de Angola, una antigua plantación convertida en prisión de máxima seguridad en Luisiana que está llena de hombres negros que trabajan en los dieciocho mil acres de terreno prácticamente sin remuneración. Y la historia del cementerio de Blandford, lugar de descanso final de decenas de miles de soldados confederados. El legado de la esclavitud es una investigación profunda y una exploración conmovedora del legado de la esclavitud y su huella en siglos de historia de Estados Unidos.
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