Quinto Horacio Flaco (65-8 a. C.) formó para la posteridad, junto con Virgilio y Ovidio, la tríada indiscutida de los grandes poetas romanos. Como escritor es, ante todo, el Romanae fidicen lyrae («el tañedor de la lira romana», el lírico latino por excelencia). Este volumen se centra en el estudio de tres de sus grandes conjuntos poéticos: sus Odas, en las que recreó los metros de los poetas eolios griegos, Safo y Alceo; sus sátiras, tal vez el único género poético que los romanos no debían a los griegos; y, por último, sus epístolas literarias, sobre todo su Arte poética, referente de poetas y dramaturgos durante varios siglos.
El hormigón encarna la lógica capitalista. Es el lado concreto de la abstracción mercantil. Como ella, anula todas las diferencias y es más o menos siempre lo mismo. Producido de forma industrial y en cantidades astronómicas, con consecuencias ecológicas y sanitarias desastrosas, ha extendido su dominio por el mundo entero, asesinando las arquitecturas tradicionales y homogeneizando todos los lugares con su presencia.
Monotonía del material, monotonía de las construcciones que se edifican en serie conforme a algunos modelos básicos de duración muy limitada, tal como establece el reinado de la obsolescencia programada. Al transformar definitivamente la edificación en mercancía, este material contribuye a crear un mundo en el que ya no nos encontramos a nosotros mismos. Por eso había que rastrear su historia; recordar los designios de sus numerosos paladines —de todas las tendencias ideológicas— y las reservas de sus pocos detractores; denunciar las catástrofes que provoca en tantos ámbitos; poner de manifiesto el papel que ha desempeñado en la pérdida de ciertas destrezas y en el declive de la artesanía; y en último término, demostrar cómo dicho material se inscribe en la lógica del valor y del trabajo abstracto. Esta implacable crítica del hormigón, ilustrada con abundantes ejemplos, es también —y quizá sobre todo— la crítica de la arquitectura moderna y del urbanismo contemporáneo.