Las relaciones entre música y literatura son antiguas y profundas. La palabra remite a la música de maneras múltiples, y la creación literaria refleja este hecho y se sirve de él. Este libro plantea varios criterios generales para entender cómo la literatura recoge la influencia de la música y se centra en varias manifestaciones de la narrativa contemporánea que convergen en la eufónica metáfora del surco sonoro. Cada uno de sus capítulos está dedicado a un surco particular: el primero se ocupa de la teoría científica, idea filosófica y tópico cultural conocido como la música o armonía de las esferas; el segundo se centra en la música pop-rock y en el género policiaco para mostrar que la música ha servido como molde narrativo más allá de los cauces tradicionalmente explorados, y el tercero aborda la inserción de partituras como parte constitutiva de la obra literaria. Surcarán las páginas de este libro, por tanto, novelas que contienen partituras, que reinterpretan la idea de la música de las esferas, que se estructuran y se presentan como grabaciones en formato CD o que avanzan en la investigación del crimen a través de las matemáticas de la música.
Dios todavía habla. ¿Sabes escuchar su voz? La voz que al hablar trajo a la existencia al cosmos, es la misma que separó el Mar Rojo e hizo que el sol se detuviera a mediodía. Un día, esa voz hará todas las cosas nuevas; sin embargo, ¡te está hablando ahora!
Dios todavía habla. ¿Sabes escuchar su voz?
La voz que al hablar trajo a la existencia al cosmos, es la misma que separó el Mar Rojo e hizo que el sol se detuviera a mediodía. Un día, esa voz hará todas las cosas nuevas; sin embargo, ¡te está hablando ahora
Salvaje, voraz y creativa: así fue la vida de la pintora Suzanne Valadon. Hija de una lavandera viuda, hizo y fue de todo antes de dedicarse a la pintura: modista, obrera, florista de una funeraria, camarera, acróbata, modelo… Pero, en aquel Montmartre parisino de finales del siglo XIX e inicios del XX, en un momento en el que las mujeres quedaban relegadas al salón burgués, al claustro conventual, a la máquina proletaria o al lecho prostibulario, Suzanne no se dejó encasillar. Modelo de algunos de los artistas más aclamados de la primera modernidad, como Renoir, Degas o Toulouse-Lautrec (quien la bautizó tal como ahora la conocemos), no tardó en convertirse ella misma en una afamada pintora. Así, entre lienzos, amantes y alcohol, consiguió salir de la extrema miseria en la que había vivido hasta el momento y comenzó a disfrutar del reconocimiento de los exigentes círculos artísticos parisinos y de una notable fortuna que no le preocupó malgastar antes de morir. Entretanto, pintó su vida de colores, se la comió a mordiscos y se la bebió de un tirón.