Cada vez que agachamos la cabeza, nos sometemos o accedemos a peticiones irracionales, le damos un duro golpe a la autoestima: nos flagelamos. Y aunque salgamos bien librados por el momento, logrando disminuir la adrenalina y la incomodidad que genera la ansiedad, nos queda el sinsabor de la derrota. ¿Quién no se ha mirado alguna vez al espejo tratando de perdonarse la sumisión o no haber dicho lo que en verdad pensaba? ¿Quién no ha sentido, así sea de vez en cuando, la lucha interior entre la indignación por el agravio y el miedo a enfrentarlo?
Aun así, en cada uno de nosotros hay un reducto de principios donde el yo se niega a rendir pleitesía y se rebela. Tenemos la capacidad de indignarnos cuando alguien viola nuestros derechos o somos víctimas de la humillación, la explotación o el maltrato: podemos decir NO.
En el proceso de aprender a querernos a nosotros mismos, junto al autoconcepto, la autoimagen, la autoestima y la autoeficacia, que ya he mencionado en Aprendiendo a quererse a sí mismo, hay que abrirle campo a un nuevo auto: el autorrespeto, la ética personal que separa lo negociable de lo no negociable, el punto de no retorno.
Detrás del ego que acapara, está el yo que vive y ama, pero también está el yo aporreado, el yo que exige respeto, el yo que no quiere doblegarse, el yo humano: el yo digno.
A la vez que mejora su capacidad para las relaciones sociales y su pensamiento se vuelve más complejo, los adolescentes se ven invadidos por múltiples emociones y anhelos nuevos que muchas veces no son capaces de gestionar y les provocan estrés, angustia y sufrimiento que sus padres también padecen, sin saber cómo ayudarles.
La sociedad hiperconectada en la que viven agrava muchas veces estos problemas. El adolescente busca «ayuda» en la red, donde encuentra a otros jóvenes en situaciones parecidas a la suya que retroalimentan su caos emocional.
Depresión, trastornos alimentarios, autolesiones, apatía, fracaso escolar, aislamiento, abuso de alcohol y drogas, conductas violentas, tendencias suicidas, son algunos de los trastornos emocionales que se tratan en el libro, enfocado para ayudar a los padres de adolescentes a valorar los problemas de conducta de sus hijos y proporcionarles las claves necesarias para abordarlos.
El día que mi vida cayó-calló, cuenta fragmentos de la historia de vida de la autora. En la que hace énfasis en cómo salir victoriosa de las garras del dolor. Cada episodio de vida seleccionado para compartir con sus lectores muestra eventos desgarradores en los que se vio en la necesidad de sacar valor y entereza para salir del fondo donde se ha encontrado en cada uno de estos momentos.
En cada uno de los seis capítulos en que está estructurado el libro encontrarás de manera detallada las diversas situaciones enfrentadas. Entre ellas divorcio, cáncer, duelos por pérdidas de seres especiales en su vida. En cada una de estas heridas ha encontrado un motivo para seguir adelante y aplicar esa enseñanza a su vida.
Ha decidido compartir su historia de resiliencia con el público mostrando que a pesar de las situaciones dolorosas vale el esfuerzo levantarse. Porque en este proceso de caídas y silencios hay un gran poder de transformación cuando se decide levantar el vuelo aprovechando como impulso la misma fuerza que nos lanzó al abismo.