Extraña y remota hasta para los propios australianos, Kimberley es una región imponente por su salvaje naturaleza, y también una geografía radical que convoca azar, peligro o asombro; un escenario distópico para la saga Mad Max filmada en sus paisajes. Nos dice su autor que atravesarla ha de parecerse a la extraordinaria experiencia que hubieron de tener los seres humanos cada vez que, hace miles de años, daban sus primeros pasos en lo que fue la expansión migratoria de África. También es un territorio espiritual, sobrenatural. En él los antepasados de su población aborigen crearon un sofisticado universo simbólico para interpretar su mundo. El Ensueño habla de seres míticos que, con sus actos, sus canciones y su deambular esencial crearon vida en la tierra. Huellas y marcas que aún son visibles para ellos y que los europeos llamaron Huellas del Ensueño o Trazos de la canción, como hizo Bruce Chatwin; mientras que sus habitantes lo denominan Pisadas de los antepasados o Camino de la Ley. Este Far West australiano es geografía con memoria, un holograma de lo que la Tierra puede expresar.
La artista Harriet Burden, esposa de un poderoso marchante de arte y perfecta anfitriona y mecenas, desata un escándalo mayúsculo en el mundo del arte neoyorkino de los años ochenta cuando, harta de que su trabajo sea ninguneado por su condición de mujer, recluta a tres jóvenes para que presenten sus creaciones como propias. Pero en este peligroso juego hay demasiados factores que escapan a su control y acabará desembocando en una perturbadora y extraña muerte.
Auschwitz ha sido el alfa y el omega de la obra de Primo Levi. El alfa, en 1947, con Si esto es un hombre; el omega, cuarenta años después, con su último libro, Los hundidos y los salvados. Pero, entre estas dos piedras angulares de la literatura sobre la Shoah, Levi no ha dejado nunca de contar el Lager y de indagar, a través de sus narraciones, acerca de la terrorífica naturaleza de ese lugar. Este libro nos ofrece diez relatos enmarcados por dos poemas: doce reflexiones, inesperadas y apasionadas, sobre la mayor tragedia colectiva del siglo XX. Bajo la égida de un título paradójico pero concebido por el mismo autor, «la ciudad tranquila» del campo de concentración se convierte aquí en el objeto de miradas e interpretaciones de lo más dispares: la fantástica, por ejemplo, en el tríptico de relatos distópicos constituido por Mariposa angelical, Versamina y La bella durmiente en la nevera; o, por supuesto, la autobiográfica, con textos como Cerio o Vanadio, en el que Levi habla del reencuentro, veinte años después, con uno de sus carceleros.
En esta tercera entrega del quinteto narrativo integrado por novelas autónomas que abre A la sombra del granado y continúa El libro de Saladino, dedicado a novelar la historia del mundo musulmán en sus momentos más críticos de conflicto con Occidente, Tariq Ali pinta la irreversible decadencia del Imperio Otomano en los años previos a la Primera Guerra Mundial. Recuperando el estilo más intimista empleado en la novela dedicada a la caída de Granada, Ali refleja en La Mujer de Piedra los anhelos, pasiones y conflictos que bullen en el seno de la aristocrática e influyente familia de Iskander Bajá, que, tras cinco siglos al servicio del Imperio, comienza a mostrar claros signos de declive y resquebrajamiento, en simbólico reflejo de la agonía de un gigante víctima tanto del acoso de las grandes potencias occidentales como de su propio debilitamiento interno.
Ya convertido en uno de los más destacados referentes del modernismo hispánico, el joven Juan Ramón compuso una ingente cantidad de textos en prosa que irá reservando en sus archivos. La aparición de Platero y yo en 1914 da buena cuenta de la calidad de estas prosas, escritas en su mayor parte durante su retiro en Moguer entre 1906 y 1912, pero no será este gran libro un logro único ni aislado. Nacen en paralelo dos extensos poemarios que titulará Baladas para despues y Odas libres, conjunto este último que más tarde sumará a Odas castas bajo el generico epígrafe Odas.
Ataviado con sombrero de fieltro y una pipa entre los dientes, el Dante de Seymour Chwast no puede ser más actual. Si La divina comedia se ha convertido en un clásico, quizá se deba a cuán poco se parece a la obra de los contemporáneos del autor, que no solo inventó un mundo como lo han hecho muy pocos, sino que es el gran pionero de la autoficción. Podría deberse también al atrevimiento de Dante de escribir como hablaba realmente la gente de su tiempo y su lugar, la Toscana, y no en latín, según se había esperado de un literato. Chwast, un héroe de la ilustración y el diseño, ya casi centenario, condensa de una manera tan audaz como efectiva toda la complejidad de un clásico que no siempre se animan los lectores a abordar. Y en la estela de Dante, convierte la poesía del original en una obra alejada de la convención del arte secuencial en favor de páginas sorprendentes. Por su forma singular de reimaginar el clásico medieval, Chwast es fiel y digno heredero de un autor al que se considera el padre de la lengua italiana. Como en el poema original, el Dante de Chwast recorre junto a su maestro Virgilio los círculos del Infierno. Juntos atraviesan el Purgatorio y llegan hasta el Paraíso, donde encuentran a Beatriz, la difunta amada de Dante, porque la Comedia acaba bien y recuerda, a quien quiera saberlo, que existe una luz divina. Pero no hacemos spoilers, lo que importa es cómo transcurre el viaje y cómo se cuenta. La serie de personajes que van encontrando a lo largo del viaje.