Las casas son siete, y están vacías. La narradora, según Rodrigo Fresán, es «una científica cuerda contemplando locos, o gente que está pensando seriamente en volverse loca». Y la cordura, como siempre, es superficial.
Samanta Schweblin nos arrastra –desde hace diez años– hacia Siete casas vacías y, en torno a ellas, empuja a sus personajes a explorar terrores cotidianos, a diseccionar los miedos propios y ajenos, y a poner sobre la mesa los prejuicios de quienes, entre el extrañamiento y una «normalidad» enrarecida, contemplan a los demás y se contemplan.
La prosa afilada y precisa de Schweblin, su capacidad para crear atmósferas densas e inquietantes, y la estremecedora gama de sensaciones que recorren sus cuentos han hecho a este libro uno de los más importantes de la última década.
Fern Brookbanks has wasted far too much of her adult life thinking about Will Baxter. She spent just twenty-four hours in her early twenties with the aggravatingly attractive, idealistic artist, a chance encounter that spiraled into a daylong adventure in the city. The timing was wrong, but their connection was undeniable: they shared every secret, every dream, and made a pact to meet one year later. Fern showed up. Will didn’t.
At thirty-two, Fern’s life doesn’t look at all how she once imagined it would. Instead of living in the city, Fern’s back home, running her mother’s lakeside resort—something she vowed never to do. The place is in disarray, her ex-boyfriend’s the manager, and Fern doesn’t know where to begin.
She needs a plan—a lifeline. To her surprise, it comes in the form of Will, who arrives nine years too late, with a suitcase in tow and an offer to help on his lips. Will may be the only person who understands what Fern’s going through. But how could she possibly trust this expensive-suit wearing mirage who seems nothing like the young man she met all those years ago. Will is hiding something, and Fern’s not sure she wants to know what it is.
A sus treinta y tres años, la vida de Eva se detiene. Lo único que puede salvarla es un trasplante de corazón, pero dispone de muy pocos días para conseguirlo. Poco tiempo para su cuerpo, que se debilita, mucho tiempo para su mente, que se fortalece.
Aislada y en completa soledad, Eva solo se tiene a sí misma, una libreta y un lápiz. Entonces comienza a escribir cartas a quienes culpa de su malestar: sus ex.
Y mientras escribe, se da cuenta de que en la quietud mental encuentra las respuestas a las preguntas que la han acechado toda su vida; que cada palabra tiene consecuencias, y cada silencio también; que la cura para el mal de amores está en la soledad, y que no es lo mismo vivir que sentirse viva.
Mafalda es, junto a sus amigos Felipe, Susanita, Manolito, Miguelito y Libertad, un símbolo de nuestra sociedad. Una niña inconformista, solidaria y sensible que nació en 1964, como decía Quino, como "una niña que intenta resolver el dilema de quiénes son los buenos y quiénes los malos en este mundo". Desde el principio dio muestras de un gran espíritu crítico, y ya en sus primeras viñetas le construía un diván a su muñeca para psicoanalizarla. Hoy Mafalda sigue invitándonos a pensar, a huir del prejuicio, a amar y a soñar con un mundo mejor, y seguimos acudiendo a ella para conseguir entendernos a nosotros mismos y al loco mundo en que vivimos.
Mafalda es, junto a sus amigos Felipe, Susanita, Manolito, Miguelito y Libertad, un símbolo de nuestra sociedad. Una niña inconformista, solidaria y sensible que nació en 1964, como decía Quino, como "una niña que intenta resolver el dilema de quiénes son los buenos y quiénes los malos en este mundo". Desde el principio dio muestras de un gran espíritu crítico, y ya en sus primeras viñetas le construía un diván a su muñeca para psicoanalizarla. Hoy Mafalda sigue invitándonos a pensar, a huir del prejuicio, a amar y a soñar con un mundo mejor, y seguimos acudiendo a ella para conseguir entendernos a nosotros mismos y al loco mundo en que vivimos.
Mafalda es, junto a sus amigos Felipe, Susanita, Manolito, Miguelito y Libertad, un símbolo de nuestra sociedad. Una niña inconformista, solidaria y sensible que nació en 1964, como decía Quino, como "una niña que intenta resolver el dilema de quiénes son los buenos y quiénes los malos en este mundo". Desde el principio dio muestras de un gran espíritu crítico, y ya en sus primeras viñetas le construía un diván a su muñeca para psicoanalizarla. Hoy Mafalda sigue invitándonos a pensar, a huir del prejuicio, a amar y a soñar con un mundo mejor, y seguimos acudiendo a ella para conseguir entendernos a nosotros mismos y al loco mundo en que vivimos.
Mafalda es, junto a sus amigos Felipe, Susanita, Manolito, Miguelito y Libertad, un símbolo de nuestra sociedad. Una niña inconformista, solidaria y sensible que nació en 1964, como decía Quino, como "una niña que intenta resolver el dilema de quiénes son los buenos y quiénes los malos en este mundo". Desde el principio dio muestras de un gran espíritu crítico, y ya en sus primeras viñetas le construía un diván a su muñeca para psicoanalizarla. Hoy Mafalda sigue invitándonos a pensar, a huir del prejuicio, a amar y a soñar con un mundo mejor, y seguimos acudiendo a ella para conseguir entendernos a nosotros mismos y al loco mundo en que vivimos.
Mafalda es, junto a sus amigos Felipe, Susanita, Manolito, Miguelito y Libertad, un símbolo de nuestra sociedad. Una niña inconformista, solidaria y sensible que nació en 1964, como decía Quino, como "una niña que intenta resolver el dilema de quiénes son los buenos y quiénes los malos en este mundo". Desde el principio dio muestras de un gran espíritu crítico, y ya en sus primeras viñetas le construía un diván a su muñeca para psicoanalizarla. Hoy Mafalda sigue invitándonos a pensar, a huir del prejuicio, a amar y a soñar con un mundo mejor, y seguimos acudiendo a ella para conseguir entendernos a nosotros mismos y al loco mundo en que vivimos.
Mafalda es, junto a sus amigos Felipe, Susanita, Manolito, Miguelito y Libertad, un símbolo de nuestra sociedad. Una niña inconformista, solidaria y sensible que nació en 1964, como decía Quino, como "una niña que intenta resolver el dilema de quiénes son los buenos y quiénes los malos en este mundo". Desde el principio dio muestras de un gran espíritu crítico, y ya en sus primeras viñetas le construía un diván a su muñeca para psicoanalizarla. Hoy Mafalda sigue invitándonos a pensar, a huir del prejuicio, a amar y a soñar con un mundo mejor, y seguimos acudiendo a ella para conseguir entendernos a nosotros mismos y al loco mundo en que vivimos.