Esta novela es el final de la saga Los tres mosqueteros, más concretamente de su tercera y última parte, El vizconde de Bragelonne. Al parecer se basa en hechos reales que tienen la apostilla del filósofo François Marie Arouet, más conocido como Voltaire, que lo cita en su libro El siglo de Luis XIV. Se trata de un personaje misterioso que fue encerrado en la Bastilla, donde quedan registros de su paso, por razones que no se conocen...
Esta misteriosa frase viene acompañando durante cuatro meses los círculos azules que aparecen trazados con tiza en las aceras de la ciudad. En el centro de los círculos se halla un desecho, un residuo, un objeto perdido: un trombón, una bombilla, una pinza de depilar, un yogur, una pata de paloma...
El fenómeno resulta muy divertido para los parisinos y procura material a periodistas y a psiquiatras que elaboran diferentes teorías. Sin embargo, al comisario Adamsberg no le hace ninguna gracia. Los círculos y su extraño contenido rezuman crueldad. Él lo presiente: pronto ese hecho anodino y estrafalario se convertirá en una tragedia.
Las repetidas carnicerías perpetradas sobre los rebaños de ovejas del Mercantour ponen a los pastores en prevención contra los lobos del cercano parque natural. La muerte de una pastora levantará sospechas entre los aldeanos sobre la presencia de un hombre lobo en la zona.
El comisario Adamsberg, Lawrence y Camille, su compañera, inician la investigación. Hay quien cree que todo es obra de un «hombre del revés» que vive escondido en la montaña y oculta su verdadera naturaleza tras una apariencia humana...
Una muerte en el metro de Londres, una enigmática nota, un barco y unos diamantes son las piezas de un misterioso rompecabezas que solo la hija de un arqueólogo podrá recomponer. Descubre una de las novelas más icónicas de la Gran Dama del misterio en el centenario de su publicación.
Anne Beddingfeld, hija de un eminente antropólogo que acaba de fallecer, es una joven en busca de aventuras. Estas, para su sorpresa, no tardan en llegar: en la estación de metro Hyde Park Corner de Londres es testigo de la muerte de la caída de un hombre a las vías. Un misterioso individuo de traje marrón, que asegura ser médico, examina el cuerpo y, tras confirmar que el hombre ha fallecido, desaparece entre la multitud dejando caer una nota con las misteriosas palabras «Kilmorden Castle». Al día siguiente, en el mismo barrio, una mujer desconocida aparece asesinada y Anne empieza a sospechar que ambos sucesos están relacionados. El misterio está servido.
Una novela que se lee con la avidez de un relato de intriga pero que nos sumerge en las cuestiones esenciales de la vida.
¿Qué sucede cuando Tertuliano Máximo Alfonso descubre a sus treinta y ocho años que en su ciudad vive un individuo que es su copia exacta y con el que no le une ningún vínculo de sangre?
Ése es el interrogante que Saramago, explorando de nuevo las profundidades del alma, plantea en El hombre duplicado. ¿Cómo saber quiénes somos? ¿En qué consiste la identidad? ¿Qué nos define como personas individuales y únicas? ¿Podemos asumir que nuestra voz, nuestros rasgos, hasta la mínima marca distintiva, se repitan en otra persona? ¿Podríamos intercambiarnos con nuestro doble sin que nuestros allegados lo percibiesen?
Innovando frente a las convenciones de la novela, Saramago convierte la voz narradora en sujeto activo, en un juego metaliterario que pone al servicio de la historia y que va mucho más allá de las rupturas estrictamente formales.
El Hombre en el Castillo nos sumerge en un mundo alternativo en el cual el Eje ha derrotado a los Aliados en la Segunda Guerra Mundial y los Estados Unidos han sido invadidos y divididos entre los vencedores. Mientras los nazis se han anexionado la costa atlántica, donde han instaurado un régimen de terror, la costa pacífica permanece en manos japonesas. En esta América invadida, los nativos son ciudadanos de segunda clase a pesar de que su cultura es admirada por los vencedores, hasta el punto de que uno de los mejores negocios es la venta de auténticas antigüedades americanas, como relojes de Mickey Mouse o chapas de Coca-Cola.