Huir parecía su única salida. Y lo era.
Rosaura Castán ha tenido poca suerte en la vida. Su madre murió cuando ella era una adolescente en un accidente y se culpa de esa tragedia. Ese hecho provocó el extrañamiento de su familia. Desde muy joven aprendió a vivir sola; tuvo un niño, Adrián, fruto de una relación esporádica y a quien quiere con toda su alma. El muchacho era el hijo perfecto, excelente estudiante de la carrera de matemáticas, adoraba a su madre… aunque había cosas que no le contaba.
Cuando Adrián aparece asesinado en un parque de Madrid, Rosaura, literalmente, enloquece de dolor, hasta el punto de que, ciega de ira, arrolla con un coche a un joven conflictivo al que todo apuntaba como el autor del homicidio.
Rosaura es llevada a juicio y condenada a prisión por la muerte de un inocente. El asesino de su hijo sigue libre, así que la única obsesión de la mujer cuando obtenga su primer permiso penitenciario será encontrar como sea al verdadero culpable del crimen.
Theo y Kit han compartido muchas cosas: una gran amistad, ligues secretos, una relación de pareja y, ahora, rumbos distintos. Tras romper en pleno vuelo de camino al viaje por Europa con el que siempre soñaron, sus vidas se separaron definitivamente.
Lo único que aún les une es el vale para el tour europeo que no hicieron hace cuatro años. Con el viaje a punto de caducar, a Theo y Kit les parece una idea genial hacer el viaje ahora. En solitario. Por su cuenta.
Sin embargo, cuando suben al autobús de la agencia en Londres descubren que han pensado lo mismo, y ahora les esperan tres semanas de convivencia sin escapatoria posible. Eso sí, con paisajes impresionantes y sabores exquisitos en las ciudades más románticas de Francia, España e Italia. Pero no pasa nada, porque definitivamente han superado lo que ocurrió.
Con ternura y delicadeza, Tami, la protagonista, ayuda a su abuela en las labores de la cocina, preparando tentadores platos en el caldero. La tristeza, las preguntas sin respuesta, los secretos familiares, los amores prohibidos parecen surgir del fondo del caldero, mientras la anciana reconstruye el pasado con sus historias fragmentarias y su memoria incierta. De repente, el universo de Tami se sacude y su identidad se pone en duda…
Los recuerdos resucitan a través de la memoria fragmentada. Por primera vez, la joven descubre el secreto guardado por los adultos, y percibe la fragilidad y la melancolía que conlleva la vida mediante las historias de la anciana. Esta novela, ambientada en una casa de pueblo durante el verano, explora la cotidianidad compartida entre una abuela y sus nietos, y desvela la conexión humana por medio de un fluido estilo narrativo. La obra fue galardonada con el prestigioso Premio Akutagawa.
De una a siete de la tarde -mis horas oficiales o "teóricas" de
trabajo- me confieso un impostor, un chambón, un equivocado esencial. De
noche (conversando con Xul Solar, con Manuel Peyrou, con Pedro Henríquez
Ureña o con Amado Alonso) ya soy un escritor. Si el tiempo es húmedo y
caliente, me considero (con alguna razón) un canalla; si hay viento sur,
pienso que un bisabuelo mío decidió la batalla de Junín y que yo mismo
he consumado unas páginas que no son bochornosas. Me pasa lo que a
todos: soy inteligente con las personas inteligentes, nulo con las
estúpidas.
Hacia 1957 reconocí con justificada melancolía que estaba quedándome
ciego. La revelación fue piadosamente gradual. No hubo un instante
inexorable en el tiempo, un eclipse brusco. Pude repetir y sentir de
manera nueva las lacónicas palabras de Goethe sobre el atardecer de cada
día: Alles nahe werde fern (Todo lo cercano se aleja). Sin prisa pero
sin pausa -¡otra cita goetheana!- me abandonaban las formas y los
colores del querido mundo visible. Perdí para siempre el negro y el
rojo, que se convirtieron en pardo. Me vi en el centro, no de la
oscuridad que ven los ciegos, como erróneamente escribe Shakespeare,
sino de una desdibujada neblina, inciertamente luminosa que propendía al
azul, al verde o al gris. Ya no había nadie en el espejo; mis amigos no
tenían cara; en los libros que mis manos reconocían solo había párrafos
y vagos espacios en blanco pero no letras.
Un pequeño puerto de pescadores en una isla del Mediterráneo. Costa montañosa y escarpada, salvaje. Un malecón, una rada y un varadero, todo de dimensiones discretas, fundidas en el paisaje. En lo alto tres o cuatro laúdes de pesca y más arriba, frente al mar, varias casas en pendiente. Los días de calma es la imagen de un paraíso escondido; los días de tormenta, la furia de la naturaleza».
Así comienza este libro donde el autor rememora los días transcurridos durante treinta y tres veranos de su vida adulta en una casa junto al mar. Aquí hay una poética: frente al Mediterráneo como moda o escenografía publicitaria, el Mediterráneo esencial; frente a la casa como objeto mercantil, la casa como lugar de creación. Entre el mar y la montaña, los días tranquilos de la vida familiar y una filosofía de lo cotidiano que nace del paisaje, late el corazón de la casa de un escritor, el espacio donde imaginó gran parte de sus libros. Memoria íntima, historia y literatura conforman esta obra, una de las más bellas y personales de José Carlos Llop.