Las múltiples vidas de la física teórica Elsie Hannaway han acabado atrapándola. De día es profesora adjunta. Se afana en corregir exámenes y enseñar termodinámica con la esperanza de, algún día, conseguir la titularidad. De noche, complementa su inexistente sueldo ofreciendo el servicio de ser una novia falsa, lo cual lleva a cabo con éxito gracias a sus habilidades para caerle bien a la gente y encarnar cualquier versión de sí misma que necesite el cliente.
Lo cierto es que es un trabajo estupendo... hasta que el Elsie-verso que tanto le ha costado construir se viene abajo. Jack Smith, el hermano arrogante e irritantemente atractivo de su cliente favorito, resulta ser el físico experimentalista sin corazón que arruinó la carrera de su mentor y minó la reputación de los teóricos a nivel mundial. Y ese mismo Jack Smith, que es quien dirige el departamento de Física del MIT, se interpone ahora entre Elsie y el trabajo de sus sueños.
Ella está dispuesta a poner en marcha una guerra de sabotaje académico, pero... ¿qué son esas miradas tan largas y penetrantes? ¿Cómo es que, cuando está con él, no tiene que ser una versión diferente de sí misma? ¿Caer en la órbita de un experimentalista conseguirá que, por fin, ponga en práctica todas sus teorías sobre el amor?
Tanto en las sociedades pobres y en desarrollo como en aquellas mas ricas y desarrolladas, los jóvenes deberán entender que solo dando un poca mas podrán conseguir un poco mas. Solo aquellos que aporten creatividad, imaginación, dedicación, disciplina, responsabilidad, sacrificio, total entrega y pasión sin limites son los que, con los ojos bien abiertos, detectaran las oportunidades que se presente y se encaminaran a través de su ambición a conseguir una vida mejor, satisfaciendo sus deseos y logrando sus objetivos.
Toño Azpilcueta pasa sus días entre su trabajo en un colegio, su familia y su gran pasión, la música criolla, sobre la que lleva investigando desde su juventud. Un día, una llamada le cambia la vida. Una invitación para ir a escuchar a un guitarrista desconocido, Lalo Molfino, personaje del que nadie sabe demasiado pero de gran talento, parece confirmar todas sus intuiciones: el amor profundo que siente por los valses, marineras, polkas y huainos peruanos tiene una razón más allá del placer de escucharlos (o bailarlos).
Tal vez lo que ocurra es que la música criolla sea, en realidad, no sólo una seña de identidad de todo un país y expresión de esa actitud tan peruana de la huachafería («la mayor contribución de Perú a la cultural universal», según Toño Azpilcueta), sino algo mucho más importante: un elemento capaz de provocar una revolución social, de derribar prejuicios y barreras raciales para unir al país entero en un abrazo fraterno y mestizo. En un país fracturado y asolado por la violencia de Sendero Luminoso, la música podría ser aquello que recuerde a todos los que conforman la sociedad que, por encima de cualquier otra cosa, son hermanos y compatriotas. Y en esto, es posible que el virtuosismo de la guitarra de Lalo Molfino tenga mucho que ver.