Mencionada apenas en los Evangelios, la figura de Salomé atrajo ya desde la Edad Media la imaginación de los artistas figurativos. Sin embargo, fue sobre todo a partir del siglo XIX, y especialmente en el último cuarto de este siglo y el primero del XX, cuando alcanzó un lugar preeminente en el imaginario artístico moderno como figura en la que confluyen belleza y maldad, esplendor y lujuria, así como esa exacerbación de los sentidos cuya búsqueda es tan propia de la época. Escrita originalmente en francés en 1891 durante un larga estancia en París, Oscar Wilde aunó en Salomé la visión clásica transmitida por Flaubert en obras como «Salambó» o «Herodías» con la mirada decadente llena de oros bizantinos del pintor Gustave Moreau, para alumbrar una obra magnífica en la que laten la violencia y la sexualidad.
Desde zumos detox hasta retiros exclusivos, vivimos en un mundo saturado con promesas de bienestar instantáneo. Pero la Dra. Pooja Lakshmin, psiquiatra y especialista en salud mental femenina, sabe mejor que nadie que nuestro cansancio colectivo no se soluciona simplemente haciendo listas de gratitud o empezando un curso. Por el contrario, muchas de estas prácticas acaban por culpabilizarnos de nuestro propio agotamiento sin abordar los problemas estructurales.
Frente a este falso autocuidado, nos propone un viaje de desaprendizaje y de redescubrimiento, para recuperarnos a nosotras mismas y retomar nuestro poder en un mundo que a menudo está en nuestra contra. Porque el verdadero autocuidado es un proceso interno que nos sitúa al volante de nuestras propias vidas, y eso implica establecer límites, transformar la forma en la que nos hablamos a nosotras mismas y deshacernos de los patrones que nos han estado haciendo daño.
Durante los años inciertos de la guerra de las Dos Rosas, sir Thomas Malory escribió, supuestamente desde la cárcel, la primera gran epopeya de la literatura inglesa a partir de su propia recopilación de viejas fuentes francesas y británicas, que iba traduciendo a la vez que añadía ideas de su cosecha hasta perfeccionar su obra a medida que avanzaba el libro, para culminar en los capítulos finales, los más admirables de cualquiera de las versiones artúricas. La obra se imprimió en 1485 en el taller de William Caxton, el primer impresor de Inglaterra, que la tituló Le Morte D’Arthur. Caxton prologó y unificó las ocho novelas de Malory en veintiún libros o partes, dando así coherencia temática a la maestría narrativa de su autor.