Nuestra historia más remota bajo una luz absolutamente innovadora, que descubre cómo se organizaban nuestros ancestros y responde a una pregunta clave: ¿existió el comunismo en la prehistoria de la península Ibérica?
La historia de las personas anónimas que construyeron las milenarias piedras de los dólmenes de la península Ibérica no se ha contado aún. Fueron hombres y mujeres sorprendente-
mente parecidos a nosotros, y las nuevas técnicas de la arqueología actual nos permiten recuperar por primera vez las fascinantes sutilezas de su vida social y política.
En Hoces de piedra, martillos de bronce, el arqueólogo Rodrigo Villalobos nos sumerge en un pionero viaje a la prehistoria ibérica. Contemplaremos nuestra historia más remota bajo una
luz absolutamente innovadora y descubriremos las formas en que nuestros ancestros organizaron su existencia. Ya fuera en sociedades comunalistas democráticas o bien bajo el yugo de auténticas aristocracias guerreras que se erigieron como gobernantes de los primeros Estados arcaicos, nuestros antepasados protagonizaron una historia apasionante, en la que los episodios de trabajo cooperativo y apoyo mutuo convivieron con situaciones de explotación, opresión y dominación.
Hoces de piedra, martillos de bronce es una novedosa e imprescindible visión del pasado prehistórico de España.
En 1932, la música, como las demás disciplinas artísticas, fue reducida a una única doctrina: la del realismo socialista. La finalidad del arte era servir al Estado. Los músicos tuvieron que someterse a la línea ideológica del partido. Algunos la sortearon como pudieron; otros, sin embargo, no se doblegaron, y sus obras fueron prohibidas, sus conciertos cancelados y ellos relegados al olvido. Eso sucedía en el mejor de los casos, porque en el peor se los destinaba a campos de trabajo en Siberia o simplemente eran ejecutados. Músicos de la altura de Dmitri Shostakóvich y Serguéi Prokófiev e intérpretes de fama internacional como Mstislav Rostropóvich, Sviatoslav Richter, David Oistrakh, Leonid Kogan y Mariya Yúdina fueron capaces de crear melodías sublimes en las circunstancias más hostiles y oscuras. Pero esa política represora no sólo se circunscribió a la música clásica. La Asociación Rusa de Músicos Proletarios (RAPM) se ocupó también de la música ligera. Era conocida la afición de Stalin por ese tipo de música, así que, en consecuencia, la represión fue menor que en la música y la literatura clásicas. Pero, con todo y con eso, los intérpretes no podían bajar la guardia.
Verano de 1890. Vincent van Gogh llega a Auvers-sur-Oise, un pintoresco pueblo francés que atrae a artistas de París por sus paisajes vibrantes y su luz especial. Ahí ha crecido Marguerite Gachet, una joven que, tras la muerte de su madre, ha asumido la responsabilidad de cuidar de su padre y su hermano. Es en su casa donde el pintor pasará su último verano, bajo la supervisión del doctor Gachet, médico homeópata, pintor aficionado y ferviente coleccionista. Durante estos últimos días de su vida, Van Gogh creará más de setenta obras, entre ellas dos retratos de Marguerite. Lo que él no sabe es que, mientras la inmortaliza en sus lienzos, también cautivará su corazón.