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AMARILLA

Todos los poemas me salen amarillos», escribe Marta Sanz en uno de los versos de este libro. Y es que el amarillo es, aquí, un color último, definitivo, de una acidez que se identifica con un nervioso sentido del humor. Funciona al mismo tiempo como origen y como frontera de todas las cosas que suceden en esta vida: el filo preciso entre la claridad y la tiniebla. Porque estos poemas nacen del fulgor de un destello, y con amarillenta calidez se dirigen a un futuro que languidece; pero no tienen miedo, porque han comprendido que toda luz que brilla es siempre devorada, que todo lo que ilumina es a su vez consumido. Los versos se extienden como un delicado manto sobre el paisaje de lo cotidiano, cruzan las carreteras de una geografía íntima atravesada por la enfermedad, el deseo, la memoria, el final. El cuerpo se convierte en una elegía del paso del tiempo, un encefalograma en el que se registra cada marca, cada afrenta. Amarilla es, por encima de todo, una política de lo íntimo y una intimidad al descubierto, lanzada al mundo.
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LITERATURA, LENGUA Y LUGAR

¿Qué tiene que ver la literatura con los principios de la termodinámica y el concepto de entropía planteados por Rudolf Clausius en 1865? La concepción y el estudio de la literatura suelen remitir a un sistema cerrado y estable. Eso era comprensible en el siglo XIX, pero ya no. Hoy, el estudio de la literatura entendido como exégesis textual y vidas de santos no sirve para explicar cómo y por qué sigue siendo una actividad social y cultural significativa. Literatura, lengua y lugar se pregunta, aplicando los principios de la termodinámica, qué pasa en la confluencia de estos tres elementos en un mundo acelerado y cambiante.
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AMARILIS

Cuatro personajes protagonizan los versos de estos poemas: la mujer que los canta, un Toro, un coro de ancestras y una flor cuyo nombre es Amarilis. Poco o nada sabemos de esa mujer, aunque su voz ―a ratos primaveral y desbocada, a ratos una voz pidiendo auxilio― no cese de cantar. Y es que su canto es el canto de una necesidad: la de quién ha sentido, galopando por las estepas de su cuerpo con las fuerzas desmedidas del anhelo y la pasión, el dominio salvaje del Toro, y ahora, sometida y condenada, en medio de los estragos del amor, no puede sino contarlo, explicarse, medirse a sí misma de nuevo. Obsesionada con los mitos griegos, para ello recurre a Amarilis. ¿Pero quién es Amarilis? ¿Una flor, una deidad campestre, la amada de Títiro en las Bucólicas de Virgilio? ¿Y por qué, ante el ruego confesional de esa mujer, se conmina al silencio? Y el Toro, ¿es toro o encarnación de Dionisio? ¿Las ancestras son abuelas, madres, poetas? ¿Qué saben ellas que no sabe la mujer? Así, ese juego sutil de preguntas cruza constantemente los límites de lo humano, lo animal y lo vegetal, en una metamorfosis en la que todo está deformándose y transformándose de nuevo.
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LA MALA HORA (BOL)

Al pueblo ha llegado «la mala hora» de los campesinos, la hora de la desgracia. La comarca ha sido «pacificada» después de tanta guerra civil. Han ganado los conservadores, que se dedican a perseguir cruel y pertinazmente a sus adversarios liberales. Al alba de una mañana, mientras el padre Ángel se dispone a celebrar la misa, suena un disparo en el pueblo. Un comerciante de ganado, advertido de la infidelidad de su mujer por un pasquín pegado a la puerta de su casa, acaba de matar al presunto amante de ésta. Es uno más de los pasquines anónimos clavados en las puertas de las casas, que no son panfletos políticos, sino simples denuncias sobre la vida privada de los ciudadanos. Pero no revelan nada que no se supieran de antemano: son los viejos rumores que ahora se han hecho públicos, y a partir de ellos estalla la violencia subyacente a la luz tórrida, espesa, cansada y pegajosa, en una serie de escenas encadenadas de inolvidable belleza. «El padre Ángel se incorporó con un esfuerzo solemne. Se frotó los párpados con los huesos de las manos, apartó el mosquitero de punto y permaneció sentado en la estera pelada, pensativo un instante, el tiempo indispensable para darse cuenta de que estaba vivo, y para recordar la fecha y su correspondencia en el santoral. "Martes, 4 de octubre", pensó; y dijo en voz baja: "San Francisco de Asís".» Emir Rodríguez Monegal dijo...«En La mala hora García Márquez no sólo aporta su maestría sino una capacidad de superar el realismo por la vía de una exasperación de las situaciones y de una discreta alegorización de los motivos esenciales de la novela.»
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ESCUADRON CIELO: LA COLECCION (BOL)

Viajamos con el Escuadrón Cielo a Detritus, el último refugio de la humanidad frente al gobierno hostil de la Supremacía Galáctica. En Escuadrón, Spensa Nitghshade se convirtió en piloto de caza estelar y pasó a formar parte del Escuadrón Cielo de la Fuerza de Defensa Desafiante con el objetivo de combatir la amenaza de la Supremacía. En Estelar, se hizo pasar por la alienígena Alanik para infiltrarse en una estación espacial de la Supremacía y robar sus hipermotores. Y en Citónica viajó a la extraña dimensión conocida como la ninguna-parte para descubrir los secretos de los zapadores -unos seres capaces de destruir planetas enteros- y liberar sus propios poderes citónicos. Mientras Spensa está atrapada en la ninguna-parte, sus compañeros de escuadrón, FM y Jorgen permanecen en Detritus con nuevas órdenes: averiguar cómo utilizar los hipermotores para que la humanidad pueda huir del planeta y buscar aliados entre las otras especies oprimidas por la Supremacía. Primeror reciben una llamada de emergencia de le ministre Cuna y otres diones desde el puesto de avanzada abandonado de Alcance Solar, pero el pueblo de Alanik en el planeta ReAlba y los kitsen del planeta Orilla Perpetua necesitarán también la ayuda del Escuadrón Cielo en sus desesperadas batallas.
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RETRATOS (CM)

Truman Capote fue un maestro de las formas breves y un agudo observador y cronista de su época. Las semblanzas que reúne en este volumen son una buena muestra de ambas virtudes. Capote escribe –a veces con ternura, otras con perfidia, siempre con un estilo admirable– sobre figuras que han conformado nuestro imaginario colectivo, trazando una serie de magistrales retratos como el dedicado a las andanzas japonesas de Marlon Brando durante el rodaje de Sayonara; el ya mítico perfil de Marilyn Monroe; una bellísima rememoración en claroscuro de Tennessee Williams; una emotiva aproximación a Elizabeth Taylor; un acercamiento a «esa leyenda moderna» que fue Jane Bowles y otro al arte fotográfico de Cecil Beaton. Y son precisamente los retratos de otro fotógrafo, Richard Avedon, los que inspiran a Capote una serie de certeros perfiles, empezando por el del propio Avedon, y luego, pasando revista a un socarrón John Huston, un ambivalente Chaplin, una coqueta Coco Chanel, un moribundo Somerset Maugham, un errante Ezra Pound, una anciana y fascinante Isak Dinesen, una Mae West de carne y hueso, un Louis Armstrong captado desde la mirada infantil, un Gide que reflexiona sobre Cocteau, un Bogart retratado a través de sus palabras fetiche, un Picasso tan genial que podría provocar instintos asesinos y un Duchamp iconoclasta que bien podría ser su reverso.
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