¿Por qué regresa Urania Cabral a la isla que juró no volver a pisar?
¿Por qué sigue vacía y llena de miedo desde los catorce años?
¿Por qué no ha tenido un solo amor?
En La Fiesta del Chivo (2000) asistimos a un doble retorno. Mientras Urania visita a su padre en Santo Domingo, volvemos a 1961, cuando la capital dominicana aún se llamaba Ciudad Trujillo. Allí un hombre que no suda tiraniza a tres millones de personas sin saber que se gesta una maquiavélica transición a la democracia.
Con un ritmo y una precisión difícilmente superables, este peruano universal muestra que la política puede consistir en abrirse camino entre cadáveres, y que un ser inocente puede convertirse en un regalo truculento.
«Cuatro flechas negras mi cinto tenía, cuatro por las penas que he sufrido, cuatro para otros tantos hombres que mis opresores malvados han sido».
Con estas lacónicas y misteriosas palabras amenaza la hermandad de La Flecha Negra a sus víctimas. Situada en los primeros compases de lo que llegaría a ser la guerra de las Dos Rosas (1452-1485), que enfrentó a las casas de York y Lancaster, y protagonizada por el joven aspirante a caballero Richard Shelton, La Flecha Negra es, sin duda, una de las novelas más recordadas de Stevenson, un narrador magistral en todo momento. El ritmo trepidante de la acción, los inesperados y espléndidamente medidos golpes de efecto, la frescura de la trama y un final no feliz menos inesperado aún son sólo algunos de los elementos que ha convertido a esta obra en todo un clásico de la novela de aventuras, sólo comparable a las mayores obras de la literatura universal.
Esta es la historia de su infancia en Brooklyn, un barrio habitado mayoritariamente por negros y en el que comienza a emerger una nueva clase blanca.
Esta es la historia de la América de los años setenta, cuando las decisiones más intrascendentes -qué música escuchar, qué zona ocupar en el autobús escolar, en qué bar desayunar- desataban conflictos raciales y políticos.
Esta es la historia de lo que habría pasado si dos adolescentes obsesionados con superhéroes de cómic hubieran desarrollado poderes similares a los de los personajes de ficción.
Esta es la historia que Jonathan Lethem nació para contar.
Esta es La fortaleza de la soledad.
A principios del siglo XX, en Turín, el abogado Edmondo Ferro trabaja con desgana en el prestigioso bufete de su familia, aunque a lo que le gustaría dedicarse en realidad es a la lectura de novelas. Mientras tanto, en los salones de la alta burguesía de la ciudad, que se ve obligado a frecuentar, la nueva moda son unas médiums a las que se trata como a divas, y que a menudo van acompañadas de fotógrafos que afirman ser capaces de inmortalizar a los espíritus del más allá.
Al mismo tiempo, en los campos de los alrededores, muchas personas deciden emigrar; es el caso de Pia, una humilde chica a la que un fotógrafo convence, con la promesa de que así podrá ayudar a su familia, de que se embarque rumbo a Argentina, junto con otras jóvenes campesinas, con la ilusión de reunirse allí con un prometido al que nunca ha visto y al que nunca verá.
La historia de ese instante que puede cambiar la vida entera
Salento, 1959. Lorenzo y Agnese lo han perdido todo. Y lo comprenden cuando su padre, con esos ojos tristes que lo han acompañado toda su vida, anuncia que ha vendido la fábrica de jabones de la familia, una herencia que él siempre ha vivido como una condena. Para Lorenzo y Agnese, en cambio, esa fábrica que su abuelo creó desde la nada, que huele a talco, a flores y a aceites vegetales, era la seguridad de un presente tranquilo y la promesa de un futuro por construir juntos, unidos. Por eso, la idea de quedarse allí como simples obreros bajo un nuevo y arrogante dueño es devastadora. Lorenzo, orgulloso e impulsivo, se marcha dando un portazo con el corazón lleno de rabia y un único objetivo: conseguir el dinero necesario para recuperar lo que es suyo. Pero Agnese no lo sigue: tan decidida cuando se trata de formular jabones como insegura al enfrentarse al mundo exterior, declara: «Me quedo donde está mi hogar». Se abre así una grieta profunda, aparentemente irreparable, entre el hermano y la hermana, que los empujará por caminos opuestos e impredecibles. Porque Lorenzo y Agnese desean lo mismo, al menos hasta que el amor los sitúe de nuevo en una encrucijada. Cada uno tomará una decisión y trazará un mañana distinto... ¿Será para ambos un mañana sin remordimientos?
No es fácil vivir en una tierra de monstruos y es aún peor cuando no puedes verlos.
Los habitantes de Dalia vivirían aterrorizados por un mal invisible de no ser por los Mata Quimeras. Nacidos con el don de la visión, son los únicos capaces de ver a esas criaturas. Cazarlas es muy peligroso y cualquiera de ellos necesita entrenamiento, compañeros y un gremio que lo respalde.
Annie tiene el don para ver a las quimeras, pero ha intentado no llamar la atención, hasta que el azar la lleva a encontrarse con Kian, y le hace cambiar completamente de rumbo.
El Lilium no es el gremio más grande de Dalia, ni el más prestigioso. Tampoco es el más rico, ni el más profesional. De hecho, es el más problemático, el más desorganizado y el que peor reputación tiene; pero es al que acuden todos cuando nadie más está dispuesto a ayudarlos. Los Mata Quimeras del gremio Lilium son los más locos de todos. Y entre sus muros, Annie y Kian se sentirán afortunados al encontrar un hogar.