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DESTELLO (PRISIONERA DE ORO 2)

¿Quieres que tu vida sea más fácil? Entonces compórtate como el pájaro enjaulado que eres y canta. Viví en una jaula de oro durante diez años, en el castillo de oro del rey Midas. Pero de la noche a la mañana, todo cambió. Ahora soy la prisionera del ejército del Cuarto Reino, y no sé si saldré de esta de una pieza. Los soldados están preparados para dejarse la piel en el campo de batalla y estoy segura de que van a usarme como moneda de cambio, una moneda que apagará el fuego o avivará aún más las llamas de esta cruzada. Sin embargo, lo que más me aterra, lo que más me inquieta, no es la guerra, sino él, el comandante Decapitador. Es un hombre perverso y despiadado, y su crueldad no conoce límites. Pero yo sé la verdad, yo sé qué es en realidad.
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Imagen de VIENNA 1900  (BA-ART) (GB)
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VIENNA 1900 (BA-ART) (GB)

Poets and intellectuals brushed shoulders in bustling coffeehouses, young avant-gardists heralded a new era in social and sexual liberalism, waltzes resounded through the Ringstrasse, the Vienna Secession preached: “To every age its art — to every art its freedom;” and tremors warned of looming political disintegration when the Austrian capital passed into a new century. Across economics, science, art, and music, Vienna blossomed into a “laboratory of modernity,” one which nurtured some of the greatest artistic innovators—from Egon Schiele’s unflinching nude portraits to Gustav Klimt’s decadent Portrait of Adele Bloch-Bauer I, from the ornamental seams and glass floors of Otto Wagner to Ditha Moser’s calendars adorned in golden deities.
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Imagen de EUGENE ATGET, PARIS (BU)  (INT)
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EUGENE ATGET, PARIS (BU) (INT)

A flâneur and photographer at once, Eugène Atget (1857–1927) was obsessed with walking the streets. After trying his hand at painting and acting, the native of Libourne turned to photography and moved to Paris. He supplied studies for painters, architects, and stage designers, but became enraptured by what he called “documents” of the city and its environs. His scenes rarely included people, but rather the architecture, landscape, and artifacts that made up the societal and cultural stage.
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Imagen de LA PRISIONERA DE ORO (PRISIONERA ORO 1)
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LA PRISIONERA DE ORO (PRISIONERA ORO 1)

Oro. Suelos de oro, paredes de oro, muebles de oro, ropa de oro. En Alta Campana, el castillo construido en las montañas heladas, todo está hecho de oro. Incluso yo. Cuando el rey Midas me rescató, me sacó de los barrios bajos, me colocó en un pedestal y empezó a referirse a mí como su tesoro. Soy la mujer a la que convirtió en oro para alardear de su poder. A cambio de su protección, le di mi corazón. Mientras me quede en los confines del palacio, estoy a salvo. Hasta que la guerra llega a Orea. Y, de repente, mi confianza se resquebraja y me doy cuenta de que todo lo que creía saber sobre Midas podría ser erróneo. Porque estos barrotes tras los que estoy encerrada, por muy dorados que sean, siguen siendo una jaula. Y los monstruos que esperan fuera hacen que desee no haber salido nunca
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LAS IMPLACABLES

Deborah Nelson se ocupa en este ensayo de seís mujeres brillantes, casi siempre reconocidas por la peculiar firmeza de sus convicciones: Simone Weil, Hannah Arendt, Mary McCarthy, Diane Arbus, Susan Sontag y Joan Didion. Si bien algunas de ellas se relacionaron de un modo u otro con el círculo de los Intelectuales de Nueva York, todas rehusaron ubicarse bajo una única tradición y se esforzaron por eludir las categorías convencionales del pensamiento. Sin embargo, sus obras revelan una afinidad de estilo y una perspectiva filosófica que deriva de una actitud compartida hacía el sufrimiento: aquello que Mary McCarthy llamaba «mirar fríamente» no so era una aversión personal hacia los despliegues de la emoción: era un modo de atención asentimental que dictaba enfoques estéticos fijaba posiciones éticas y políticas. Las implacables propone un recorrido por sus obras y destaca los cuestionamientos a la empatía como la postura ética privilegiada para examinar el dolor. En su escritura y su arte, estas seis mujeres hacen explícita su firme creencia de que el sufrimiento debe tratarse de manera concreta, directa y realista, sin recurrir al consuelo ni caer en la crueldad. Como muestra Deborah Nelson con maestría, esta perspectiva constituye una importante contra-tradición con respecto a la usual polarización que floreció a partir de la segunda mitad del siglo xx, entre, por un lado, la expresividad emocional y, por otro, la ironía desaprensiva. En última instancia, con su insistencia en enfrentar la realidad sin consuelos ni compensaciones, esta austera «escuela de lo asentimental» ofrece nuevas maneras de acercarse a los aspectos trágicos de la existencia, tanto en su dimensión pública como en sus aspectos más íntimos.
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