Magnéticos e irresistibles. En cada uno de los cuentos de El buen mal, Samanta Schweblin nos abduce a otra dimensión donde quedamos en contacto íntimo con sus personajes. Encandilados por el fulgor de la inminente tragedia, vulnerables y profundamente humanos, advierten cuánto podría transformarlos la irrupción de lo inesperado. A algunos los dejará de pie frente al dolor, a otros dialogando con la culpa y a todos atravesados por la incertidumbre. ¿Importa saber qué es verdad? Se trata, de principio a fin, de ser partícipes de un fenomenal artificio literario. Con inédita perspicacia, Schweblin intuye el punto de quiebre de una voluntad, la intensidad premonitoria de un temblor y la lejanía que impone la ternura. Conoce la mejor de las infinitas posibilidades de una historia y el modo de encajar las piezas de una trama para dar con un gran relato que se hunda y proyecte, oscurezca e ilumine el día a día de la época y el alma de quienes la habitan. En su literatura, premiada internacionalmente, los filos entre realidad y ensueño deslumbran como los de un cuchillo.
Un siglo antes de Juego de tronos, dos héroes insólitos recorrieron Poniente...
El joven Ser Duncan el Alto, un ingenuo pero valiente caballero errante, sobresale por encima de sus rivales en estatura, aunque no en experiencia. Le acompaña su diminuto escudero, un muchacho llamado Egg, quien debe mantener en secreto su verdadera identidad ante todos aquellos que se crucen en su camino.
Puede que nadie hubiera esperado ver a estos inesperados compañeros convertidos en héroes, pero el destino tiene reservado para ellos un camino plagado de poderosos enemigos, intrigas palaciegas y hazañas de leyenda.
El caballero del Jubón amarillo se desarrolla en el mundo de los corrales de comedias del Madrid del siglo XVII. En esta ocasión Diego Alatriste volverá a cruzarse con viejos amigos y viejos enemigos, y con los personajes famosos de la época como Lope de Vega, Calderón de la Barca y el capitán Alonso Contreras.
Lances, estocadas, intrigas palaciegas y aventuras amorosas salpican un relato de acción trepidante.
«Don Francisco de Quevedo me dirigió una mirada que interpreté como era debido, pues fui detrás del capitán Alatriste. Avísame si hay problemas, habían dicho sus ojos tras los lentes quevedescos. Dos aceros hacen más papel que uno. Y así, consciente de mi responsabilidad, acomodé la daga de misericordia que llevaba atravesada al cinto y fui en pos de mi amo, discreto como un ratón, confiando en que esta vez pudiéramos terminar la comedia sin estocadas y en paz, pues habría sido bellaca afrenta estropearle el estreno a Tirso de Molina. Yo estaba lejos de imaginar hasta qué punto la bellísima actriz María de Castro iba a complicar mi vida y la del capitán, poniéndonos a ambos en gravísimo peligro; por no hablar de la corona del rey Felipe IV, que esos días anduvo literalmente al filo de una espada.
En Japón, los gatos son símbolo de buena suerte y dicen que, si eres amable con ellos, algún día te devolverán el favor. Pero resulta que si, además, te portas bien con el felino adecuado, puede que este te invite a entrar a una cafetería que no es como las demás, ya que no tiene una ubicación ni un horario fijo y se muestra solo a las personas que se encuentran en un momento crucial.
Mientras los clientes de El Café de la Luna Llena disfrutan de sus deliciosos dulces, cafés y tés, un gato muy carismático lee su carta astral para así hacerles ver en qué punto han tomado el rumbo equivocado y devolverlos al camino que las estrellas tienen reservado para ellos.
Las hermanas Mirabal regresaban a Salcedo después de haber visitado a sus esposos en Puerto Plata. Nuestros hombres las esperaban un poco más distante. Las hermanas Mirabal venían con un hombre: el chofer del jeep Rufino de la Cruz. Al ser interceptadas una de ellas se zafó momentáneamente de sus apresadores y pidió ayuda a la gente de un vehículo que pasaba por casualidad. Ni Trujillo ni yo ibamos a tolerar más aplazamientos. Las muchachas fueron apresadas y llevadas a un camino secundario y desierto que cruzaba la carretera principal. Allí cada uno de los hombres las ultimó a palos; pero se presentó un incidente que pudo haber fracasa-do la operación. Ante la belleza de Maria Teresa, con el vestido desgarrado y luchando por su vida, pretendió gozar a la muchacha. La mujer se defendió como una leona y le grito: “¡Podrás - asesinarme; pero jamás gozarme!