En algún lugar de Centroeuropa, en torno al 6.000 a.C, en plena transición al neolítico, Dira, una mujer cazadora, decide seguir su innata curiosidad y salir más allá de su poblado en busca de pruebas que demuestren aquello de lo que hablan distintas leyendas: que los mamuts están desapareciendo de la tierra. Su intención es ver el último ejemplar de esa majestuosa criatura solo comparable a una montaña en movimiento, aunque ello ponga en peligro su vida. Mongolia, siglo XXI, Khünbish, un paria aplastado por todo tipo de calamidades, es informado del negocio de los colmillos de mamut enterrados en el permafrost siberiano colindante al círculo polar ártico y decide agarrarse a esta última oportunidad para cambiar su suerte.
La parta blanda de la montaña narra el fascinante viaje sin retorno de dos personajes separados por siglos de historias y culturas, un periplo físico y espiritual que los llevará a transitar las fronteras entre lo vivo y lo inerte, entre lo que desaparece para siempre y lo que la tierra nos devuelve tras haber estado enterrado durante siglos.
Elías es un hombre serio e intransigente, pero justo. También es, según la opinión generalizada de quienes lo rodean, aburrido, arrogante y puntilloso. Es, además, dueño de una próspera escuela de hípica, padre de una adolescente complicada —y mucho más problemática de lo que ella le deja ver— y viudo desde hace tres años. Se siente solo, pero eso es algo que está decidido a solucionar.
Beth es distante, esquiva y un tanto cínica. Y guarda un secreto que condiciona su relación con los hombres. Un secreto que la amedrenta y le despierta una sospecha: ella no es como las demás mujeres. Ella está «averiada». Algo que le ha quedado claro tras una amarga relación que también le ha hecho ver que el estado ideal —al menos para ella—es la soltería. Y así está decidida a seguir por los siglos de los siglos, amén.
El problema es que Elías está interesado en Beth. Y es incluso más terco que ella. Y, además de arrogante, es atractivo, carismático e insistente. Y, por añadidura, besa de maravilla.
“Él es el único que hace palpitar mi corazón y bombear mi sangre. El único que enciende mis venas con un calor abrasador, como si la leña estuviera ardiendo en mi interior. Es todo por él. Para él”
Dolor. Siempre había dolor.
De alguna u otra manera las noches de Trish Trainor se convertían en su peor pesadilla. Su padre la usaba como saco de boxeo, la mantenía encerrada en su propia casa para complacer sus deseos de control, fingiendo que tenía todo el derecho de tratarla como basura desde que su madre murió.
Estaba acostumbrada a ello.
Sin embargo, cuando el problema empeoró fue su pequeño hermanito quien la salvó de ser devastada en mente, cuerpo y alma. Tuvieron que correr, era su única opción o su padre arremetería contra Devan. Era solo un niño.
Así que lo hicieron, y solo bastó una caída y una enorme herida en su pierna para aterrizar en la vida de su vecino.
Jaxon Daniels fue testigo de cómo lentamente sus padres se destruían a sí mismos. De cómo la droga y el alcohol los empujaban a una inminente destrucción, convirtiéndolos en cáscaras vacías que deambulaban y apenas se alimentaban. Lo dejaron solo a cargo de todo, de su hermanita en muletas y el recuerdo de su gemelo fallecido a la edad de seis años. Sin ningún asomo de apoyo o cariño, sus padres lo abandonaron cuando apenas era menor de edad.
Jaxon Daniels cuidó de su hermanita por sus propios medios, sin pedir ayuda. Hizo cosas de las que nunca antes se había creído capaz y, con el máximo esfuerzo posible, salió adelante.
Pero ahí estaba ella, un alma tan desesperada como la de él, que buscaba ayuda.
Entonces, la repentina reaparición de Trish Trainor en su vida cambió todo y ahora tenían que vivir escondidos para que el padre de Trish no sospechara. Jaxon Daniels fingió llevar una vida normal mientras sus sentimientos por la exniñera de su hermanita crecían y los peligros de tenerla en su casa crecían cada vez más.
Los protegería. Eran suyos, su familia.
Y todo lo que pudo hacer Jaxon fue zambullirse en el laberinto, en busca de una salida de la miseria que llevaba en su alma rota y la salvación de las personas que amaba.
Trilogía Mío #2
Cámaras secretas se compone de lecturas, anécdotas y testimonios que buscan ahondar en la manera en que el cuerpo doliente nos ofrece una forma de narrarnos, de redescubrir la identidad aun a pesar de las pérdidas.
Si, como dijo Alfonso Reyes, el ensayo es el centauro de los géneros, la crónica es un mestizo más exótico o salvaje: el grifo de la literatura. Este libro es una jaula sin barrotes donde merodean algunas de esas criaturas: la marchita eternidad de Acapulco y la vocación de Mazatlán como food court del alma; una temporada de rockstar en el desierto y un recuerdo del Mundial de Alemania 2006 robado por el autor a un examante de su novia; un hotel en Shanghái donde toca la banda de jazz más antigua del mundo y la visita de la reina de Inglaterra al puerto de La Paz, Baja California Sur; el brutal asesinato de una adolescente chilena en la región del Maule y un retrato a mano alzada del Fiscal de Hierro, persecutor de guerrilleros suicidas, homeópatas marxistas y gavillas narcomatriarcales que protagonizó la lucha contra la delincuencia organizada en los años setenta en Nuevo Laredo.
Las ocho narraciones de este libro realizan una de las suertes mayores de la literatura: ir de lo íntimo a lo general, o viceversa. También nos recuerdan que no hay promesas sin resaca.
Rosa Pich es madre de 18 y, por tanto, cuenta con una amplia experiencia como cabeza de familia numerosa. Haciendo gala de valores universales como la entrega a los demás, la generosidad, el amor y el respeto al prójimo, nos presenta una visión optimista de la vida ante el reto que supone el día a día de una familia tan peculiar.