Entre 1854 y 1929, los llamados trenes de huérfanos partieron regularmente de las ciudades de la Costa Este de Estados Unidos hacia las tierras de labranza del Medio Oeste, llevando miles de niños abandonados cuyos destinos quedarían determinados por la fortuna o el azar. ¿Serían adoptados por una familia amable y afectuosa, o se enfrentarían a una adolescencia de trabajo duro y servidumbre?
Daniela tenía la vida que creía desear: un trabajo con el que pagaba las facturas, una relación modélica y una amiga íntima. Una estabilidad que la hacía feliz. Sin embargo, en ocasiones, y cuando menos lo esperamos, la vida da giros inesperados, y la suya dio uno que nunca se habría imaginado. Un accidente de coche, un chico de ceño fruncido y patillas y una larga lista de casualidades llevaron a Daniela de la mano hacia una nueva vida, pero… ¿estaba ella preparada para ese viaje o quizá primero necesitaba reconciliarse consigo misma?
Una novela divertida, intensa, tierna y a veces dura sobre la decepción, la venganza, la traición, las inseguridades y los miedos, pero también sobre la amistad y el amor.
Vivir no es algo estático. La vida se destruye y se construye con cada respiración, con cada tictac, con cada amanecer y cada pequeño gesto. Por eso, este libro es un compañero ideal en la aventura de existir. En su interior atesora 366 reflexiones que te invitan a ser consciente de quién quieres ser en cada momento, a estar más cerca de ti mismo y a vivir más intensamente el momento presente.
Gran Bretaña, año 1468. El sacerdote Christopher Fairfax llega a una aldea remota enviado por el obispo de Exeter para celebrar el funeral del vicario que acababa de fallecer. El difunto, apasionado coleccionista de artefactos de otras épocas, murió accidentalmente mientras excavaba en los alrededores. Fairfaix se aloja en la vicaría y en los aposentos del religioso fallecido descubre una colección de objetos considerados heréticos, y textos de especialistas en el pasado que sugieren una verdad distinta a la doctrina de la Iglesia, que afirma que el hombre fue castigado con las cuatro plagas: epidemias, guerra, hambruna y muerte tras haberse rendido a la ciencia y a la tecnología. Solo la vuelta a la fe en Cristo salvó in extremis a la humanidad. Fairfax descubre que la torre junto a la que murió el vicario guarda numerosos vestigios de la civilización
perdida, y todas las pruebas apuntan a que alguien los depositó allí pensando en un futuro donde fuera posible reconstruirla. La lectura de los libros heréticos que ponen en duda el poder omnipotente de Dios y las causas del Apocalipsis, junto con las investigaciones que le sumergen en esa comunidad aislada harán tambalear la fe y las creencias del joven sacerdote.
Todas las civilizaciones se creen invulnerables.
La Historia nos advierte de que ninguna lo es.
Una brillante y devastadora novela sobre las múltiples realidades que habitamos mientras las guerras se extienden a nuestro alrededor
August Brill tiene setenta y dos años y se está recuperando en la casa de su hija, en Vermont, tras sufrir un accidente de coche. No puede dormir y, acostado sobre la cama en la negrura de la noche, inventa historias para rehuir acontecimientos del pasado que preferiría olvidar, como la reciente muerte de su esposa y el horroroso asesinato del novio de su nieta, Titus. En una de esas historias, el jubilado crítico de libros imagina un mundo paralelo en el que Estados Unidos no está en guerra con Irak sino contra ellos mismos. En esta otra América, las torres gemelas no cayeron, los resultados de las elecciones del 2000 llevaron a la secesión y se produjo una sangrienta guerra civil. A medida que avanza la noche, la historia de Brill se vuelve cada vez más intensa, y aquello que no estaba intentando evitar recordar insiste en ser narrado.
La doctora Shefali Tsabary explica que nuestros hijos solo pueden convertirse en adultos conscientes si nosotros, como padres, procuramos elevarnos a un estado superior de consciencia.
Cambiando por completo la idea tradicional de crianza de los hijos, la doctora Tsabary aleja el epicentro de la clásica relación padres-hijos basada en que los primeros «lo saben todo» y lo lleva a una relación mutua en la que los padres también aprenden de los hijos.
Este innovador estilo parental reconoce la capacidad de los hijos para provocar una profunda búsqueda interior, lo que origina una transformación en los padres: en vez de ser simples receptores del legado psicológico y espiritual de sus progenitores, los hijos obran como «facilitadores» de su desarrollo. Ahora el centro de atención reside en la afinidad recíproca y la asociación espiritual del viaje padres-hijos.