Un secreto celosamente guardado duerme en las calles de Madrid. Cris Stoian despierta en un lugar desconocido, sin recordar nada y con la única referencia de una nota dejada por su hermano Daniel. Cuando, además, descubre su cuerpo cubierto de espantosas cicatrices, un abismo se abre bajo sus pies. ¿Quién es? ¿Qué hace escondida allí? ¿Por qué en su nota su hermano le pide que no salga ni contacte con nadie?
En la frenética búsqueda de su propia identidad, Cris asiste impactada a la transformación que está sufriendo la ciudad, algo imparable, insospechado, sobrecogedor. Descubrir su origen, su significado y su relación con lo que le ocurrió traerá de cabeza a las autoridades. Sin embargo, las respuestas no están en sus manos.
«El lobo sabía más del hombre que el hombre del lobo. El lobo y el hombre se conocían desde hacía ocho inviernos. El niño había visto al cachorro con la loba cuando él aún caminaba entre mujeres. El lobato había cortado la pista del muchacho cuando todavía no había catado su primera pieza. Ahora los dos dirigían sus manadas en la cacería.»
En La mirada del lobo, Antonio Pérez Henares recrea de forma magistral y con gran sensibilidad el momento prehistórico en el que los caminos del lobo, origen de los perros, y el hombre se cruzaron para siempre, creándose entre ellos un vínculo de lealtad y amistad que perdura hasta la actualidad.
Stephen King sorprende y aterroriza una vez más al lector con su magistral don para destapar y exhibir la mitad más oscura del ser humano.
Cuando Thad Beaumont en pleno bloqueo creativo, después de que su novela Las súbitas bailarinas optara al Premio Nacional de Literatura y lo perdiera, decidió seguir los consejos de su mujer y publicar una serie de thrillers retorcidos y sangrientos bajo el pseudónimo de George Stark, no pensó, ni por asomo, que le sería tan difícil «deshacerse» de ese otro yo que, no se explicaba cómo, había dejado de ser ficticio.
Cuando el comisario Alan Pangborn aparece en su casa acusándole de un brutal asesinato, Thad trata de afirmar su inocencia, de asegurar que nada tiene que ver con todos esos monstruosos asesinatos cometidos tan cerca de su casa, ni con la retorcida mente que protagoniza sus novelas policíacas, ni con las llamadas de aquella voz que, obscena y susurrante, le pide al teléfono que se rinda. Pero, ¿cómo explicar que sus huellas ensangrentadas han aparecido por todas partes en la escena del crimen?