El éxito en nuestra profesión es dinámico, no estático. Ya sea que nuestro objetivo consista en mantener el éxito actual, forjar un éxito prolongado o avanzar a un éxito aún mayor, no sólo debemos estar dispuestos a aceptar el cambio, sino también a estar alertas al momento en que deberíamos iniciarlo.
Con frecuencia las personas sienten que sus métodos y sistemas son buenos y sólidos, y que no necesitan modificarlos. “Si sirve, no le metas mano.” Por desgracia, esta consigna no siempre es cierta. Lo que funcionó bien en el pasado quizá ya no sea el mejor enfoque para el presente o el futuro. Sin importar qué tan bueno pueda ser lo que estemos haciendo hoy, es posible que los cambios en las circunstancias indiquen la necesidad de hacer las cosas de manera diferente.
Ya sea en el trabajo o en nuestra vida personal, si queremos progresar debemos estar dispuestos a hacer cambios, a menudo de gran envergadura, en el modo en que trabajamos o incluso vivimos la vida.
No amaba a Catherine Barkley, ni se le ocurría que pudiera amarla. Aquello era como el bridge, un juego donde te largas a hablar en vez de manejar las cartas. Eso pensaba el teniente americano Frederic Henry, conductor de ambulancias en el frente italiano durante la Primera Guerra Mundial, al poco de conocer a esta bella enfermera británica. Lo que parecía un juego se convirtió en pasión intensa, mientras la guerra lo arrasaba todo y los hombres desfilaban bajo la lluvia, agotados y hambrientos, sin pensar más que en huir de la muerte.
Inspirada en las vivencias de Hemingway, Adiós a las armas es ya un clásico de la literatura universal y uno de los mejores retratos de la voluntad humana.
Un interesante ajuste de cuentas de Mario Conde con su vida y con sus ídolos literarios, pero también una punzante e inolvidable recreación del Hemingway ególatra y contradictorio, acorralado por sus recuerdos y remordimientos, en los días previos a su suicidio. En la memoria de Mario Conde todavía brilla el recuerdo de su visita a Cojímar de la mano de su abuelo. Aquella tarde de 1960, en el pequeño pueblo de pescadores, el niño tuvo la ocasión de ver a Hemingway en persona y, movido por una extraña fascinación, se atrevió a saludarlo. Cuarenta años más tarde, abandonado su cargo de teniente investigador en la policía de La Habana y dedicado a vender libros de segunda mano, Mario Conde se ve empujado a regresar a Finca Vigía, la casa museo de Hemingway en las afueras de La Habana, para enfrentarse a un extraño caso: en el jardín de la propiedad han sido descubiertos los restos de un hombre que, según la autopsia, murió hace cuarenta años de dos tiros en el pecho. Junto al cadáver aparecerá también una placa del FBI.