La visión habitual que se tiene de la madrastra o el padrastro está muy arraigada en el inconsciente colectivo y generalmente tiene connotaciones negativas. Sin embargo, esta figura es más importante de lo que se tiende a creer, y en las configuraciones sociales actuales es preciso que muchos mitos asociados a ella sean destruidos de una vez por todas.
Este libro hace hincapié en este aspecto y presenta un discurso innovador. En él, el padrastro o la madrastra pasa a ser un personaje principal, y a influir positivamente tanto en su pareja como en los hijos de esta, aprendiendo a encontrar un lugar de respeto y seguridad sin sustituir al progenitor.
Madrid, junio de 2020. Tras un encierro de tres meses, el narrador asiste al despertar de la llamada nueva normalidad mientras revive los recuerdos de su infancia en una cultura campesina cuyos últimos supervivientes se están muriendo. A la dolorosa constatación de que con él desaparecerá la memoria familiar, se le suma la certeza de que en este nuevo mundo nacido de una crisis global aún prevalecen unas prácticas dañinas.
Volver a dónde reflexiona sobre el paso del tiempo, sobre cómo construimos los recuerdos y cómo éstos, a su vez, nos mantienen en pie en momentos en que la realidad queda en suspenso; un testimonio imprescindible para entender un tiempo extraordinario y la responsabilidad que adquirimos con las nuevas generaciones.
Una mala racha. Así es como podría llamarse a lo que está viviendo Sookie. Primero, su compañero de trabajo es asesinado y a nadie parece importarle. Luego se encuentra cara a cara con una criatura sobrenatural y casi muere en el ataque. Afortunadamente los vampiros le salvaron la vida, así que cuando le piden que busque a uno de ellos, desaparecido en Dallas, Sookie no lo duda ni un momento: les debe un favor.
Se supone que el trabajo es fácil: debe entrevistar a ciertos humanos involucrados en la desaparición. Solo hay una condición, los vampiros deben prometer comportarse y dejar que los humanos salgan ilesos. Más fácil decirlo que hacerlo. Todo lo que se necesita es un pequeño error para que las cosas se vuelvan mortales...
En Vivir con serenidad, Patri Psicóloga nos propone 365 prácticas para avanzar en el camino de la calma.
Elige un consejo al azar, practícalo, date tiempo y, cuando creas que se ha convertido en un hábito, ve por el siguiente. Aprende a vivir una vida de sosiego. Seguirás teniendo momentos de placer y de incomodidad, pero los afrontarás desde un estado más objetivo, menos intenso, más flow, más sereno. Y desde la serenidad todo se percibe en otra dimensión.
En el año 1972 partió de Montevideo, con destino Santiago de Chile, un avión Fairchild F227 de las fuerzas aéreas uruguayas en el que viajaba un equipo de rugby y sus acompañantes. Pero en realidad les aguardaba un destino muy distinto del que ellos habían proyectado. Las infernales condiciones climatológicas determinaron la catástrofe, y el aparato se estrelló en Los Andes. Sólo dieciséis de los cuarenta y cinco pasajeros que viajaban en el avión sobrevivieron al accidente y a los casi tres meses de indescriptibles rigores que compartieron con el hambre, el frío y el dolor. Sin otras provisiones, se vieron obligados a enfrentarse al horror de alimentarse con la carne de sus compañeros muertos, en un acto desesperado por conservar la vida. ¡Viven! Relata con toda suerte de detalles esta escalofriante peripecia y la de los familiares que en ningún momento dejaron de buscarlos.
En 1972, partió de Montevideo, con destino a Santiago de Chile, un avión Fairchild Hiller FH-227 de las fuerzas aéreas uruguayas en el que viajaba el equipo de rugby Old Christians y sus acompañantes. Sin embargo, les aguardaba un destino muy distinto del que habían proyectado. Las infernales condiciones climatológicas determinaron la catástrofe y el aparato se estrelló con los Andes.
En 1972, partió de Montevideo, con destino a Santiago de Chile, un avión Fairchild Hiller FH-227 de las fuerzas aéreas uruguayas en el que viajaba el equipo de rugby Old Christians y sus acompañantes. Sin embargo, les aguardaba un destino muy distinto del que habían proyectado. Las infernales condiciones climatológicas determinaron la catástrofe y el aparato se estrelló con los Andes.
Solo dieciséis de los cuarenta y cinco pasajeros que viajaban en el avión sobrevivieron al accidente y a los casi tres meses de indescriptibles rigores que sufrieron a consecuencia del hambre, el frío y el dolor. Sin otras provisiones, se vieron obligados a enfrentarse al horror de alimentarse con la carne de sus compañeros muertos, en un acto desesperado por conservar la vida.