La búsqueda de la verdad es el inicio de un movimiento de elevación, de distancia, de libertad, de paz. La filosofía, su práctica existencial, es justamente esa forma de la acción y del amor (del amor a todas las cosas por su sentido verdadero). La erudición, la lógica o los métodos son los apoyos ulteriores de este acontecimiento espiritual, el cual, como todos los acontecimientos, no tiene su origen simplemente en el hombre, pero exige de este una tensión máxima, un punto máximo de la inquietud de su corazón. Los ensayos que se contienen en este libro ilustran momentos de filosofía. Su finalidad es la de animar a sus lectores a penetrar con valentía en ciertos textos y ciertos autores de nuestra riquísima tradición espiritual, sin dejarse intimidar por obstáculos fingidos (terminología complicada, abstracción extraordinaria, necesidad de una erudición enorme para entender algo, etc.). Para ello se recurre a una exposición apoyada lo más posible en los clásicos preferidos del autor, entre los que se encuentran Platón, Rosenzweig, Lévinas o Michel Henry.
Magistralmente concebida con fines formativos y como un complemento perfecto a La filosofía japonesa en sus textos, esta obra es una culminación brillante de la trayectoria académica del autor, destinada a quien desee comprender la filosofía japonesa involucrándose en ella. Esta obra nos invita, por un lado, a familiarizarnos con varios periodos históricos y tradiciones del pensamiento japonés y, por otro, a conocer en profundidad y dialogar con siete grandes filósofos: K?kai, Shinran, D?gen, Sorai, Norinaga, Nishida y Watsuji. Su mérito no reside solo en presentar cronológicamente una serie de pensadores japoneses y sus obras, conceptos y teorías, o describir el contexto histórico, social y cultural en que se inscriben. Lo que convierte en excepcional y fascinante el recorrido que propone su autor es que, además de exponer distintas ideas, sus condicionamientos e impacto, interpela al lector a filosofar junto a los pensadores que las formularon, valorar sus argumentos y cuestionar sus propios posicionamientos.
Desde que el autor de este libro se acercó, hace más de treinta años, a las obras de Simone Weil, su lectura devino en una pasión para él. El de Simone Weil es un pensamiento que no se puede fijar. Posee un flujo propio que va unido al discurrir de su vida. Cabe, no obstante, abordarlo por sus ramales: su preocupación religiosa, su inclinación político-social, su experiencia mística, su visión científica. Los textos aquí recogidos se ofrecen como una introducción para navegar por ese pensamiento fluido, a sabiendas de que cada lector es responsable de su propia navegación.
¿Podemos convertirnos en mejores seres humanos
y ayudar a otros a serlo?
¿Es posible lograr que los líderes de nuestra sociedad
se preocupen por que la humanidad prospere
no solo económica y materialmente, sino también
espiritualmente?
En el año 430 a. C., Sócrates quiso enseñar al vanidoso y
ambicioso estadista Alcibíades cómo ser una buena persona,
pero fracasó estrepitosamente. Aunque Alcibíades
estaba de acuerdo con que un líder debía mostrar moderación
y justicia, finalmente condujo a Atenas a una batalla
perdida contra Siracusa. A través de esta y otras historias
de pensadores como Marco Aurelio, Aristóteles, Séneca,
Epicteto o Plutarco, entre otros, Massimo Pigliucci nos
ofrece una visión completa de la filosofía clásica y el cultivo
de la personalidad, la virtud y la excelencia.
Hilvanando la relación entre ética personal, justicia social y
buena gobernanza, este extraordinario libro nos revela no
solo cómo actúa un buen líder, sino cómo cada uno de nosotros
puede convertirse en un mejor individuo dentro de
la sociedad.
Este libro, nos dice su autor, es fruto de largos años de reflexión en torno a «líneas de pensamiento y experimentación poco habituales». Para él, la fuente es la imagen que mejor representa el misterio de la vida; en arquitectura, los rascacielos serían las fuentes heladas que han ido brotando en las ciudades. La forma, como afirmaba Sullivan, ha de ser siempre fiel a la función, pero, según Bragdon, la función debe expresar y determinar a la vez el significado mismo de la forma, como ocurre en los organismos naturales. Por tanto, la arquitectura ha de ser orgánica y estética, no en el sentido de «acorde con el buen gusto», sino en el más profundo de belleza.
"La gaya ciencia [es] el más personal de todos mis libros", le escribía Nietzsche a Paul Rée a finales de agosto de 1882. Poco antes (a mediados de julio de 1882), en una carta a Rohde comentaba: "Este libro es un retrato mío". Sin duda, Así habló Zaratustra tendrá siempre para Nietzsche un carácter especial, pero no será ya tan personal como la esperanza que se expresa en La gaya ciencia. Por eso, podrá seguir diciendo en el último año de vida lúcida que "los libros que me son más simpáticos son los intermedios, Aurora y La gaya ciencia (son los más personales)". El carácter personal de La gaya ciencia está íntimamente ligado a la experiencia de una curación, a la gratitud con la que se vive la convalecencia. Como dice el prólogo a la segunda edición, la obra nace como la gran fiesta de un espíritu que ha experimentado durante largo tiempo una gran presión, resistiéndola pacientemente, sin someterse, pero al mismo tiempo sin esperanza.